Charles Simic: una postal del más allá

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

La del correo postal británico es una institución que admiro, con la fascinación y el escepticismo del mexicano que ha vivido en la desconfianza de su propio correo y que ahora atestigua el constante y puntual flujo de paquetes y cartas con que los ingleses funcionan y se comunican.

Todo muy siglo veinte: con encantadores y ubicuos buzones rojos y un afanoso ejército de carteros que llevan y traen noticias, promociones, saludos, regalos, multas y prácticamente todo lo que pueda ser adquirido y trasladado con agilidad de un punto a otro del Commonwealth. Y el clásico de clásicos es la postal, con la que se celebra todo lo celebrable, se saluda todo lo saludable y se agradece todo lo agradecible. Incluso quienes se acaban de ver ayer, se envían postales para decir lo bien que la pasaron, y así la conversación jamás se interrumpe del todo. Es una hermosa y tradicional resistencia al vertiginoso imperio de lo digital.

Y, sin embargo, esa misma tradición acota y limita la creatividad de quienes se comunican con postales. Pues, ¿no es una postal el espacio idóneo para explorar ramificaciones inusitadas de la escritura, como la plasticidad del párrafo, la detonación poética, la estimulación del absurdo, el giro bromista, el aforismo engordado, la invención pura y dura y hasta la provocación? En lugar de rendirse al mal gusto de Hallmark y al protocolo de la greeting card, los corresponsales británicos podrían fomentar un género nuevo y chisporroteante, tanto literario como iconográfico, que pusiera de rodillas al modo-Instagram en el que estamos cómodamente instalados.

Charles Simic, el gran poeta serbio-estadounidense que falleció el pasado 9 de enero, y a quien ya extrañamos a rabiar, imaginaba esas postales heterodoxas que dinamitarían saludablemente nuestras comunicaciones, y fantaseaba con una imposible antología de obras maestras anónimas, un libro que reuniera lo mejor de ese arte mínimo hoy limitado a la efeméride y la buena educación. Como ejemplo, Simic proponía la siguiente postal:

“Queridos papá y mamá,

Nos quedamos sin un peso, sobregiramos nuestras tarjetas de crédito en Las Vegas y hemos estado pidiendo aventón desde entonces, pasando algunas noches en la cárcel para conocer mejor la gastronomía que ofrece la policía de Texas. Les gustará saber que un sacerdote con el que compartimos celda recientemente, arrestado por conducir en estado de ebriedad, nos dijo que parecíamos una pareja de mártires de la Cristiandad.

Los recién casados.”

El ejemplo de postal que propone Simic no sólo abriría la puerta a una muy necesitada rama carnavalesca del género, sino que secretamente describe su propio proceder poético: parcialmente aleatorio, genuinamente surrealista, siempre sorprendente y con fuertes dosis de sentido del humor. ¡Las postales de Simic traerían una racha de oxígeno puro a este mundo atenazado entre las news y las fake news! Nos gustaría mucho recibir una postal del más allá de ese poeta tan querido. ¿Qué imagen elegiría? Tal vez una escena infantil, acompañada de este mensaje:

“Querido mundo,

He olvidado todo lo que aprendí. Aquí las palabras se usan por primera vez y sólo se come postre, todo el postre que puedas comer. ¿Qué tal va ese lento apocalipsis? Dejé mis zapatos bajo la cama, por cierto, pero ya sólo quiero patinar y aullar. ¡Saludos a las monjas!

Charly.”

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