Julio Trujillo

Cien años de Veinte poemas de amor y una canción desesperada

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Pablo Neruda tenía diecinueve años y vestía de capa y chambergo cuando escribió Veinte poemas de amor y una canción desesperada.

La capa, heredada de su padre el ferroviario, y el sombrero de ala ancha eran su atuendo de poeta. Pero Neftalí Reyes no sólo vestía como poeta: lo era y lo sabía. Ya había publicado Crepusculario, en 1923, y huyendo ligeramente, pero no totalmente del modernismo de aquel libro, publicó los Veinte poemas en 1924, en junio de hace cien años en la editorial Nascimento. Gabriela Mistral, con buen olfato, había sancionado positivamente los pininos del joven poeta, quien, por otro lado, ya viajaba solo y con pulso seguro.

Es un long-seller brutal, reeditado generacionalmente por todas las editoriales importantes de Hispanoamérica. ¿Cuántos ejemplares habrá vendido? Imposible saberlo, millones. Conecta con sentimientos de amor juvenil y sus lectores y lectoras son legión. En ese amor hay desdicha, mucha, fórmula ideal para sufrir a placer con su lectura. Tiene también la ambientación dramática del paisaje chileno, la escenografía de los muelles y las tormentas. El propio poeta lo describe así: “Los Veinte poemas son un libro doloroso y pastoril que contiene mis más atormentadas pasiones adolescentes, mezcladas con la naturaleza arrolladora del sur de mi patria. Es un libro de amor porque a pesar de su aguda melancolía está presente en él el goce de la existencia”. Es un libro amenazado por el éxito, reducido con frecuencia a un par de versos: “Me gusta cuando callas porque estás como ausente” (que la causa feminista ha reescrito como “Me gusta cuando hablas porque estás siempre presente”) y “Puedo escribir los versos más tristes esta noche”. Pero tiene, evidentemente, muchas perlas más: “Cae la hora de la venganza, y te amo”, “En su llama mortal la luz te envuelve”, “Soy el desesperado, la palabra sin ecos, / el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo”; “Siempre, siempre te alejas en las tardes / hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas”; “Para mi corazón basta tu pecho, / para tu libertad bastan mis alas”; “Entre los labios y la voz, / algo se va muriendo”; “A nadie te pareces desde que yo te amo”, “Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante”… No es el Neruda perfecto de Residencia en la tierra, ni el que ya ha alcanzado la redonda sencillez de las Odas elementales, pero algo ya se anuncia, aunque hoy, a cien años de distancia, muchos versos ya chirríen un poco con la edad. No importa: detrás del andamiaje, pulsa, viva y fresca, la poesía verdadera de un poeta verdadero.

¿Y la canción desesperada? Es mi poema favorito de este libro célebre, con un franco guiño al “Desdichado”, de Nerval, y una frase recurrente con que el poeta le da vuelo a la fugacidad del deseo, al dolor implícito del amor adolescente y a la desesperación que titula al poema: todo en ti fue naufragio. “Todo te lo tragaste, como la lejanía. / Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio!” Cierra el poema, y el libro, una postal muy chilena y característica del imposible amor romántico de la juventud:

“El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.

Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.

Abandonado como los muelles en el alba.

Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.

Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.

Es la hora de partir. Oh abandonado”.