Julio Trujillo

Un corazón que centellea

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Trujillo
 *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Entre las páginas 61 y 141 del magnífico Poemas traducidos, de Gabriel Zaid (El Colegio Nacional, 2022), hallamos la evidencia de una tragedia y, al mismo tiempo, de un loable trabajo de recuperación. Se trata de la sección “Poesía indígena del norte de México”, en la que Zaid nos comparte una selección de lo poco que ha podido encontrar de un género cuyo origen fueron el ritual, la canción, la salmodia y el rezo por parte de gente y etnias en su mayoría condenadas a desaparecer o de plano ya extintas o disueltas en el mestizaje.

Y ésa es la tragedia, pues tanto apaches como cucapás, kikapús, kiliwas (sobre los que corre una conseja según la cual pactaron un suicidio colectivo antes que esperar su extinción), kumiai, maratines, ópatas, pápagos, navajos, seris, tarahumaras (rarámuris), yaquis y zuñis han sido víctimas de procesos genocidas, sofoco comercial, despojo de tierras u otras variaciones de una persecución constante que los ha diezmado hasta la definitiva desaparición de su lengua (como en el caso de los ópatas) o el peligro de extinción. E incluso en los casos en que los censos arrojan cifras saludables (navajos, tarahumaras, yaquis), todo indica que no ha habido un esfuerzo considerable por reunir y preservar sus cantos, es decir: su poesía. Gracias a la encomiable labor de Zaid (maestro pepenador de tesoros intangibles), podemos acercarnos a esos textos, cuyo origen en muchos casos es oral, más con la curiosidad de hermeneutas o extranjeros que con la de lectores de nuestros propios hermanos (así de lejos estamos, tristemente). Pero, como sucede siempre con los poemas que lo son de verdad, su milagroso efecto salva las distancias y ya estamos, al leerlos, cantando frente a frente con nuestros semejantes.

Este poema rarámuri, por ejemplo, emociona:

TALÓN Y CORAZÓN

La tortuga de tierra amarilla

tiene duros el pecho y la espalda.

Yo tengo el talón duro,

quemado el muslo

y un corazón que centellea.

La conciencia poética es total, contrastando la ferocidad del desierto, la lentitud quelonia y la rudeza de una vida que endurece el talón y quema el muslo, con ese bellísimo y sorprendente corazón que centellea. Todo está ahí: el orgullo y la nobleza de sentimientos con que se mantienen en pie gentes y pueblos educados en el castigo y la resistencia.

De la pulsión ritual han nacido salmodias repetitivas cuya ejecución tan sólo podemos imaginar, como esta “Medianoche”: “La viejita lloró a la medianoche. / Cantó el pájaro. / Aulló el coyote. / (Se repite siete veces.)” O este “Desdén”: “El enamorado / jaloneaba a la muchacha, / y ella no le hacía caso. / (Se repite cuatro veces.)” O esta “Invitación”: “¡Vengan a bailar! / (Se repite 18 veces.)”

Hijos de la especialidad y la sofisticación, heridos de intertextualidad e intoxicados de hipertextos, desgastando metáforas ya sin apenas reconocerlas, a los lectores de hoy nos viene bien la lectura de este chorro fresco de poesía intocada que resuena con fuerza y serenidad en nuestra acelerada y ensordecedora realidad. Basta poner la mirada en cinco líneas de este canto navajo: “Con la belleza ante mí, caminar. / Con la belleza tras de mí, caminar. / Con la belleza sobre mí, caminar. / Con la belleza a mis pies, caminar. / Con la belleza a mi alrededor, caminar”.