Día Internacional de la poesía

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Que la poesía es constantemente malentendida lo demuestra el hecho de que se le asigne un “día internacional de”… y que además ese día sea hoy, 21 de marzo, equinoccio de primavera y portal de los seres de luz. Pobre poesía, tan lejos de sus lectores y tan cerca de sus promotores. Tal vez nos convendría pensar en el poema y no en la Poesía.

Al poema podemos compararlo con el baile: se mueve, sí, pero sin el apremio del avance, sin la obligación del desplazamiento. El poema no entretiene, es; el poema no quiere decir, dice; el poema no recrea, crea; el poema está fuera del tiempo, es su propio tiempo y es ahí donde nos descubrimos emancipados de la terrible imposición del progreso. Safo tiene la frescura de hace un segundo. El poema es nave para el viaje interior, y sólo pide (y ni siquiera pide, en realidad, al poema qué le importa) de nosotros una voluntad de cosmonautas del lenguaje, una más fina atención a las palabras y su posibilidad combinatoria, a su ritmo que con cada letra y acento se está desentendiendo de la información. Nadie tiene la obligación de rendirse siempre ante el prosaísmo del mundo: hay contrapesos necesarios contra el achatamiento y la planicie de un idioma usado nada más para informar y, de paso, agredir y crispar. Lo que la prosa y la jerga informativa cierran, el poema puede abrir con una sola vocal, porque esa vocal no requiere de prosélitos ni está vendiendo nada (la poesía, famosamente, no vende), sólo es, suena y abre las puertas de la posibilidad. Saber escucharlo, juntar los puntos, reconocer ese sonido y sus múltiples interpretaciones es como salirse de una gran avenida, de su tráfico y saturación, para tomar un camino donde andar también es descubrir y aprender —otra vez— a escuchar.

Las poetas, los poetas no están demasiado preocupados por todo esto porque tienen un problema: no saben qué escoger, ven “la mátrix” y su abundancia de palabras y lo quieren todo, todo, el minuto que pasa es de una riqueza dolorosa y se ven obligados a discernir, que es exactamente lo mismo que fracasar. Con la primera letra del poema se instaura la derrota colosal de querer decir algo y descubrirse como una mota en el cosmos que tartamudea, masculla, conmovedoramente dice bla. Nombrar la cosa nunca será un acercamiento fiel a la cosa y de hecho inaugura una traición, la de la versión de los hechos, la de haber discernido… Pero eso no importa, porque si algo define al poema es su capacidad de resistir: es pura resistencia, la notable perseverancia frente a los hechos que lo quieren anular, frente a la certeza del fracaso o frente a la escandalosa acusación de fantasía o de irrealidad. ¿Quién tiene los derechos de la realidad? El poema resiste y sus palabras le van a redituar mucho silencio, mucho desdén y una que otra complicidad que lo vale todo. En esa amistad del poema y sus lectores se forjan poderosas fuerzas que el índice de la bolsa no puede medir ni tampoco el índice de la popularidad: es una riqueza que se lleva en la sangre y que nos ayuda a estar más vivos y despiertos, o a merecer lo que soñamos.

Habrá poesía después de Mariupol.

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