Eliot desmonta a Byron

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La fascinación por Byron suele ser un asunto juvenil y suele ser también, me temo, resultado de una atracción por la vida del poeta más que por su poesía, difícil de trasladar al español con sostenida fluidez, esa misma que caracteriza a los largos poemas narrativos del autor de Don Juan.

Yo nací condenado a buscarlo por un maldito virus romántico que envenena mi sangre desde siempre y que me ha hecho colocar, dentro de mi de por sí acentuada anglofilia, a la tríada Keats-Shelley-Byron en un lugar muy especial de mi panteón heroico. Un interés lateral por la natación me acercó aún más al mito byrónico, en el que destacan sus proezas natatorias, particularmente las de la época veneciana y, de manera singular, su nado a lo largo del Estrecho de los Dardanelos en 1810, ese famoso Helesponto que el mítico Leandro cruzara cada noche en busca de su amada Hero. Pero cada vez que intento volver mentalmente a su poesía, no encuentro nada… o casi nada: puedo detonar algo con “She walks in beauty, like the night / of cloudless climes…”, o citar el poema que escribió con desdén después de cruzar el Helesponto, pero no encuentro una voz, una textura poética como la de Keats o el Shelley del Prometeo liberado… No indagué más sobre ese vacío, decidí perdonarle todo a Byron y seguir mi camino, hasta que… leí unas páginas del lúcido, amargado, implacable Eliot sobre el mismo asunto y mi héroe romántico se pulverizó, la leyenda se vino abajo y la poesía, línea por línea, verso por verso, prácticamente desapareció. Ay, Eliot, te odiaré siempre por arrebatarme a Byron.

Las mentadas páginas son una colaboración de Eliot a la colección de ensayos titulada From Ann to Victoria y que Cassell & Co. publicó en 1937. Son catorce páginas de acoso y derribo a una poesía que estaba lista para ser pinchada por la agudeza crítica del autor de los Cuatro cuartetos. Aquí algunos momentos estelares de ese doloroso proceso:

—El volumen de la poesía de Byron es inquietante, en comparación con su calidad. Hemos llegado a esperar que la poesía sea algo muy concentrado, algo destilado; pero si Byron hubiera destilado sus versos, no quedaría absolutamente nada.

—Ese rostro regordete sugiriendo una tendencia a la corpulencia, esa boca débilmente sensual, esa incansable trivialidad en la expresión, y lo peor de todo: esa mirada ciega de la belleza que está consciente de sí misma.

—Él ha sido admirado por sus más ambiciosos intentos de ser poético, y esos intentos, al examinarlos, resultan ser falsos: nada salvo sonoras afirmaciones del lugar común sin profundidad de significado.

—[Sobre Milton y Dryden]: Sus fracasos, cuando fracasan, son de un orden más alto que los triunfos de Byron, cuando triunfa.

—De Byron uno puede decir, como de ningún otro poeta inglés de su eminencia, que no le agregó nada al idioma, que no descubrió nada en los sonidos ni desarrolló nada en el significado de las palabras individuales.

—Byron hizo por el idioma lo que nuestros periodistas hacen día tras día. Creo que este fracaso es mucho más importante que los clichés de su intermitente filosofar. Cada poeta tiene lugares comunes, cada poeta dice cosas que ya se han dicho antes. No es la debilidad de las ideas, sino el dominio infantil del idioma, lo que hace que sus versos sean trillados y su pensamiento superficial.

Eliot le perdona la vida al Don Juan, sobre el cual podremos hablar en otra ocasión.