Se dice que Agripino fue un hombre de gran valer, que jamás se alabó a sí mismo y que, si otro lo alababa, se sonrojaba.
Tal era Agripino, que de cualquier calamidad que le sucediera podía componer un elogio, “si calenturas, de las calenturas, si infamia, de la infamia, si destierro, del destierro”. En una ocasión, cuando se disponía a almorzar, le anunciaron que Nerón lo mandaba desterrar, a lo que respondió: “Conque en Aricia almorzaremos”. Aricia era la primera etapa al salir de Roma para los extranjeros, y Agripino, considerándose ya desterrado, pensó con toda tranquilidad que ahí sería su almuerzo. Esto lo cuenta Epicteto, uno de los tres grandes maestros del estoicismo conocido como “romano”. Los otros dos son Séneca y Marco Aurelio.
No es fácil ser un buen estoico, aunque su filosofía es lo suficientemente sencilla como para intentar ponerla en la práctica. Yo, que tiendo más al hedonismo, soy un pésimo estoico, aunque los leo constantemente en busca de consejo y templanza. También los leo por placer (hedonista), pues dejaron textos más que legibles, con esa elegancia que aún se puede identificar de su prosa latina. Creo, además, que en estos tiempos en que la calamidad y la vanidad acechan por todos lados, es recomendable volver a ellos, recordar que las cosas no cambian sino nuestra idea de ellas, que tendríamos que ser inaccesibles a la adulación y que, en fin, vamos a morir y es mejor saberlo bien y estar preparados. Esta idea del aprendizaje de la muerte la recogió Montaigne después, acusando la importante influencia del estoicismo.
De los tres, hoy al que más leo es a Marco Aurelio en sus Meditaciones, tal vez porque su prosa tiene una veta lírica, o mejor dicho, porque la analogía es uno de sus recursos y convierte lo que podría ser un manual de consejos y superación en verdadera literatura. A Marco Aurelio le importa subrayar que todo es mutable y que el presente es lo único que tenemos: “Asia, Europa, rincones del mundo; el mar entero, una gota de agua; el Atos, un pequeño terrón del mundo; todo el tiempo presente, un instante de la eternidad; todo es pequeño, mutable, caduco”. Nos enseña, o se enseña a sí mismo, a vivir una vida frugal y en el ahora: “Mira detrás de ti el abismo de la eternidad y delante de ti otro infinito”. Vivir el presente, sabiendo que éste cambia constantemente, y haciéndolo con método y sin temor a morir es la nuez del pensamiento de Marco Aurelio. Y le gustaba citar a su maestro Epicteto: “Eres una pequeña alma que sustenta un cadáver”.
Séneca es el peso pesado del estoicismo, él, que insistía en que la filosofía no consiste en palabras sino en obras (Wittgenstein anotaría años después: “La filosofía no es una doctrina sino una actividad”) y en que “es la razón la que preside el negocio”. En sus Cartas a Lucilio, que junto con las Meditaciones de Marco Aurelio deberían ser libros para tener siempre a la mano, Séneca esboza un arte de vivir que tiene toda la vigencia el día de hoy. Incluso alcanzó a ver, hace dos mil años, la emergencia climática (y ya con esta cita me despido): “¿Hasta cuándo todo un pueblo recolectará para nosotros? ¿Hasta cuándo toda una flota de navíos aportará (y no de un solo mar) las provisiones para nuestra mesa? El toro sacia su apetito con el pasto de poquísimas mojadas; una sola selva basta para muchos elefantes: el hombre, para alimentarse, explota mar y tierra”.