El yo fácil y el yo difícil

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

El pasado noviembre, en Boloña, la escritora Elena Ferrante, personificada por la actriz Manuela Mandracchia, dio una serie de conferencias en las que citó, con admiración, la Autobiografía de Alice B. Toklas, escrita por Gertrude Stein. Detengámonos un momento en esta cuádruple impostura: una actriz hace de Elena Ferrante, que es un seudónimo, que a su vez cita la “autobiografía” de una persona escrita por otra.

Esa dinámica apunta hacia el verdadero problema de la verdad en literatura y hacia el falso problema de la impostura de sus autores. Falso, éste último, pues todo escritor es un “impostor”, divorciado desde siempre y para siempre del “yo” que escribe (todo escritor es una retórica). Y verdadero, aquél, pues la verdad en literatura no se alcanza, por más que se busque. Hay versiones de la realidad, tantas como autores que dicen “yo”.

Ese “yo”, según Elena Ferrante, puede ser fácil o difícil. Y pone un gran ejemplo tomado de la Autobiografía de Alice B. Toklas: para Gertrude Stein, Ernest Hemingway fue un escritor cobarde, pues pudiendo escribir el libro (y qué gran libro hubiera sido) de su genuino, revelador yo, se limitó a hacer una serie de “confesiones” que fueron la fórmula perfecta de su éxito literario. Hemingway, pues, se escondió en sus confesiones y nunca se dejó ver en realidad. Stein, por el contrario, se deja ver toda a través de la voz de Alice B. Toklas, su pareja real, en una falsa autobiografía. Hemingway se aúpa en la tradición, respetándola, mientras que Stein se condena y la corrompe. Para Ferrante, la verdad de aquél es falsa, y la falsedad de ésta es verdadera. El yo fácil triunfando sobre el yo difícil.

Pero Ferrante no propone (tonta no es) una pura problematización que dinamite la Historia, la Tradición: sería imposible sostener una pura vanguardia sin raíces. Ella reconoce la ansiedad de la influencia, la absorbe como esponja y genera una escritura correcta, parecida a una voz propia, en espera de la aparición de otra escritura que fluye secretamente debajo de la escritura trabajada: es la escritura inevitable, fea en ocasiones, chocante, incorrecta, fuera de control, que cuando estalla y se asoma, como un animal salvaje, le imprime un sello de búsqueda verdadera que la escritora reconoce de inmediato con satisfacción. Y la escritora es su escritura, ya no la persona real que la produce, de ahí la necesidad de restarse y desaparecer bajo el seudónimo Elena Ferrante: que hable una sintaxis y no una biografía. Que hable, digámoslo así, Alice B. Toklas.

A esta admirable búsqueda de un tono propio se suma un problema más: la tradición es eminentemente masculina, los referentes históricos no han incluido, como merece, la voz de la mujer. Elena Ferrante, que desde siempre y con mucha ambición quiso ser escritora, pasó por una etapa en la que naturalmente quiso ser un escritor. Escapar de ese arrinconamiento, evadir esa imposición, es un objetivo crucial de su obra, en la que se ha desvanecido ella para ser de veras ella.

Sólo lo difícil es estimulante.

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