Ladrillo por ladrillo

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Vengo de traducir una novela (“vengo de comulgar y estoy en éxtasis”, dice un verso muy citado de Héctor Viel Temperley), quiero decir: acabo de terminar un periodo de mi vida en el que estuve inmerso en una realidad alternativa tan absorbente, tan poderosa, que la realidad real me comenzó a parecer más ficticia que la ficción que estaba traduciendo.

Se sabe que no hay forma de lectura más meticulosa que la traducción, como si se trasladara, ladrillo por ladrillo, una casa de un país a otro, de una lengua a otra. Estoy exhausto, me siento un poco novelista y un poco cómplice de un crimen genial, el de la creación de un mundo, el del endiosamiento humano que ha erigido el Frankenstein de la novela, ese cosmos verosímil al que nos entregamos con docilidad, pero no sin exigencias.

La inmersión fue, al menos, triple y por capas de profundidad. En la primera, la más exterior, viví de cerca una trama que, aunque conocía ya por la primera lectura del libro antes de comenzar a traducir, sentía desarrollarse conforme la tecleaba y sólo si la tecleaba, siendo innegable que la historia no existía aún en español y que algo enteramente nuevo se estaba gestando en la punta de mis dedos, algo enteramente ajeno, producto de la imaginación y malicia de la autora, pero cobrando vida en el abecedario de otra lengua cuyas particularidades y resonancias iban siendo elegidas por mí, moviéndome en paralelo a la versión original. Fueron meses, pues, no sólo de seguir de cerca a la muy excéntrica protagonista de la historia, sino de echar a andar esos pasos, y esa voz, en español. Me impactó sorprenderme constantemente con una historia ya leída, como si tecleándola le diera cuerda a un artefacto inusitado.

La segunda capa fue lingüística y técnica, procedimental, muy emocionante, en tanto que el desafío principal fue trasladar una propuesta característicamente compleja, con largos enunciados plagados de cláusulas que parecían no cerrar jamás, soliloquios de la protagonista cuya vida mental resultó ser avasallante y crucial, condimentada con unos cuantos hechos que la autora puso ahí para sostener el extraordinario edificio de la imaginación de su personaje. Y todo ello en un inglés muy retórico, verboso, en ocasiones deliberadamente anticuado. Sentí en muchas ocasiones que mis herramientas eran limitadas, que lo dicho en inglés era perfecto y que el mío era un trabajo de empobrecimiento, pero con un poco de tiempo, con unas horas (en general una noche de reposo después de la frustración), comenzaba a circular sangre propia en las oraciones en español. Esta capa tuvo y tiene un subnivel: el libro se publicará en España y la mayoría de sus lectores serán, en un principio, españoles, por lo que tuve que ajustar giros e idiosincrasias aquí y allá, muy poco, casi a regañadientes, desmexicanizándome y resignándome a que nuestra heroína fumara un pitillo tras otro.

La tercera capa fue la intuición y sospecha de las estrategias de escritura de la autora y la oportunidad de asomarme, como un espía, al universo de su mente. ¡Y qué mente! ¡Qué retorcido humor, qué pesadillas, qué elegante manera de empaquetar una tragedia! Generé una amistad secreta, una devoción, un compadrazgo, una fidelidad como de sombra: a donde iba ella, iba yo con otras palabras para decir lo mismo.

Hay, por supuesto, una capa más, pues, aunque la historia quedará fijada en una lengua nueva, cada lector, cada lectora, imprimirá el sello de su propia subjetividad e imaginación a la aventura eternamente maleable de las palabras.

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