¡Lee a Marco Aurelio!

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
Julio Trujillo La Razón de México

Me gusta mucho el momento en que Hannibal Lecter, genio del mal, le dice con impaciencia a Clarisse, la joven agente del FBI que está buscando atrapar, contra reloj, a un asesino serial: “¡Lee a Marco Aurelio!” Es apenas un momento en una película que va muy rápido, pero que a mí me detiene ahí: lee a Marco Aurelio.

Lecter sabe lo que dice: en las anotaciones de aquel joven emperador romano, que vivió hace mil novecientos años, está la clave para encontrar al asesino, porque Marco Aurelio insiste, una y otra vez, en que estudiemos los detalles de un hecho aislado, de un momento de la vida, para conectarlo con todo. Nos recomienda “ver qué son las cosas en sí mismas, analizándolas en su materia, en su causa, en su relación”. Nuestra vida es también un misterio, y frente a nosotros están las razones, los detalles, los hechos que lo resuelven.

Nieto postizo de Adriano, otro emperador filósofo retratado con belleza por Marguerite Yourcenar, Marco Aurelio tiene esta rara virtud: sus actos, sus palabras y sus reflexiones coinciden, sus hechos acompañan a sus dichos. Se escribe fácil, pero el encadenamiento de pensar-decir-hacer es una dinámica difícil ayer y hoy. Tal vez esa condición ideal se alcanza cuando sabemos (pero de verdad sabemos) que somos un momento único precedido por la inmensidad del pasado y antecediendo la inmensidad del futuro, y que ese momento (éste) también pasará. Si aprendemos a vivir el presente como una posesión fugaz, como si todo fuera siempre una última ocasión, nuestra experiencia se cargará de sentido. Nos apostrofa el romano con sabiduría: “Común a todas las cosas es la fugacidad, pero tú todo lo rehuyes y persigues como si fuera a ser eterno”. Marco Aurelio, como buen estoico, alumno de Séneca y de Epicteto, se sabe mortal a cada instante, pero ese conocimiento, en lugar de oscurecerlo, lo incendia de vida, pues no hay magisterio como el de la fatalidad, ni acicate como el del dolor. En esta pandemia que hoy todos intentamos sobrellevar, entender y discernir, yo escucho esa instrucción de Lecter: ¡Lee a Marco Aurelio!

Ser inmune a los elogios, vivir conforme a la naturaleza, ser digno sin afectación, atender a los amigos con solicitud, tolerar la ignorancia, atender el presente, saber que todo es efímero y que las consecuencias están siempre vinculadas con los antecedentes son algunas de sus enseñanzas que, como ya dijimos, refrendó con su vida. Una y otra vez insistió en el cambio constante (la impermanencia budista) con esta irrevocable conclusión: “Es preciso exhortarse a sí mismo y esperar la desintegración natural”. El presente, para él, es una lección de historia, y nos urgió a saber siempre que nuestro olvido de todo está muy próximo, como también está muy próximo el olvido de todo con respecto a nosotros. En este instante de vida que nos toca, cotejemos el pensamiento con las palabras y pongamos todo nuestro arte al servicio del presente. En sus palabras: “La perfección moral consiste en esto: en pasar cada día como si fuera el último, sin convulsiones, sin entorpecimientos, sin hipocresías”.

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Julio Trujillo