Cuando terminé de leer, hace unos meses, Desde adentro, el último libro de Martin Amis, celebré que esa reputada prosa de alto octanaje, ferozmente corrosiva y cargada como una pistola con un sentido del humor fulminante, siguiera viva y saludable. Esa prosa, como constante ejercicio de estilo, como una amante de alto mantenimiento, sencillamente no podía sostener su estado de gracia novela tras novela.
Nosotros, sus lectores, lo sabíamos, pero él, como autor, también: se sospechaba acabado. Así lo confiesa en Desde adentro: “Los escritores mueren dos veces. Y en la playa yo pensaba: ah, aquí viene, la primera muerte”. Pero esa primera muerte no llegó, como lo demuestra ese último libro cuyo género, que podemos llamar “autoficción”, le quedaba como un guante al también autor de Experiencia. Son autobiografías noveladas, con licencia para seducir a sus lectores con todos los artilugios posibles (pidiéndole prestado al periodismo, a la crónica, a la ficción y al ensayo). Amis llevó el género a la perfección.
Lo cual no le impidió escribir al menos tres novelas, sí, redondas: Dinero, Campos de Londres y La información. Esa narrativa, que dominó las décadas de los ochenta y noventa, es una mezcla de Dickens y Saul Bellow, de Jane Austen y Nabokov, de P. G. Wodehouse y Philip Roth. Pero la ficción languideció para dejar que irrumpiera el precoz memorialista, por un lado, y el crítico literario y el periodista que brillan en La guerra contra el cliché y El infierno americano, por el otro. Y su último libro, ay, es un adieu. No lo sospechábamos, pero Desde adentro, que es una conmovedora despedida a su gran amigo Christopher Hitchens, resultó ser también la despedida del propio Amis de los tablados literarios. Que el destino (ese prodigioso guionista) le haya deparado a Amis morir de cáncer de esófago, el mismo padecimiento que mató a Hitchens y que Amis documentó día a día, página tras página, transforma la relectura de Desde adentro en un ejercicio casi esotérico.
La crónica de la muerte de Hitchens es una crónica de su vida y una conmovedora crónica de su amistad a la altura de Montaigne y La Boétie: “Éramos amigos. Yo era su amigo, y él era mío”. Hitchens se está dedicando a morir, con entereza, flema británica y desparpajo americano, y Amis lo acompaña en todo momento, viviendo junto con él las famosas “cinco etapas” ante el diagnóstico fatal sobre las cuales teorizó Elisabeth Kübler-Ross: negación, furia, negociación, depresión y aceptación. Pero The Hitch tuvo a Amis para contarlo, y Amis no tuvo a un Amis que nos contara su propia desaparición como él lo hizo sobre su amigo en su lecho de muerte: “Qué joven y guapo se veía. Qué pacíficamente joven y guapo. Parecía un pensador, un pensador duro, tomándose un descanso. Su cuello doblado hacia atrás –para aliviar el esfuerzo de meditaciones largas y difíciles… Ahora la razón dormía, era el sueño de la razón; se parecía a Keats sobre sus sábanas blancas en Roma; parecía tener veinticinco años”.
Amis busca unas últimas palabras que lo consuelen y las encuentra en Jane Austen, a quien, en su lecho de muerte por linfoma a los cuarenta y un años, le preguntaron qué necesitaba, y respondió: “Nada, salvo la muerte”. Ahora esa misma muerte alcanzó a Amis, quien ya estará fumando y bebiendo con su amigo en un mejor lugar, y nosotros nos quedamos con su prosa.