Imaginamos al autor del “Idilio salvaje” tan solemne y atmosférico como ese gran poema: un gigante, un vate inspirado, profiriendo profecías. Pero Manuel José Othón era todo menos eso: carnalito dicharachero y divertidísimo, rey de la antisolemnidad y amigo de sus amigos, bebedor inspirado (decía que sólo se emborrachaba por tres motivos: por el día de su santo, por las fiestas patrias y por cualquier otro motivo), son tantas las anécdotas que se le conocen, que Artemio de Valle Arizpe se dedicó a recopilarlas en un librito delicioso. De ahí, del Anecdotario de Manuel José Othón, retomo tres historias que tuvieron que ver con el malhadado general Bernardo Reyes.
Lo invitó el general a Monterrey a leer un poema en ocasión del centenario de Juárez. Estando en casa de don Bernardo, el poeta vio que su anfitrión hacía frecuentes buches de coñac, pues le dolía la garganta. Othón no dudó en decir que él también quería hacer unas gárgaras, porque también se sentía enfermo y ya había escuchado de las virtudes curativas del licor. Y procedió a dar unos grandes tragos, no sin antes hacer mucho barullo, gorgoritando el líquido en la boca, lo cual lo fue poniendo más y más locuaz. El general, aguantándose la risa, le dijo que ya no hiciera eso, pues estaba emborrachándose descaradamente en su presencia. A lo que Othón respondió: “General, general, me trago el coñac ¡porque son gárgaras potables!”
En otra ocasión, cenando en casa del general y su esposa, doña Aurelia, Othón contaba una anécdota con absoluta dedicación. Doña Aurelia le sirvió un plato de frijoles, que el poeta se zampó en un santiamén, sin interrumpir su historia en ningún momento. Doña Aurelia, creyendo que a Othón le habían fascinado los frijoles, le sirvió otro plato colmado, que “Othón, sin dejar su narración, se echó en un dos por tres a pechos”. Vino un tercer plato rebosante, que Manuel José dejó inmediatamente limpio. “¿Quiere usted más frijoles?”, le preguntó la anfitriona, ligeramente desconcertada, y el poeta: “¿Yo?, ¿frijoles? ¡Ni olerlos quiero, ni verlos siquiera a una gran distancia, me hacen un daño descarrilante, les tengo un asco sagrado!” Se había recetado tres platones a pulso sin darse cuenta, abstraído como estaba en su propia narración.
El general lo había buscado para que escribiera un poema festejando alguna fiesta patriótica, pero el poema nunca llegaba. Un amigo lo reconvino: “¿Cuándo diablos haces esa poesía que te ha encargado el señor gobernador? Le debes muchos favores, te pagó el pasaje para que vinieras a Monterrey, te ha hospedado en muy buen hotel, te llena de atenciones, te da dinero, te da muy bien de comer…” Respuesta: “Y muy bien de beber, pero ya ves… Ya lo haré, ya lo haré. Ahora no, porque ando en pensamientos absorbentes, tal vez cuando esté en Torreón escribiré eso y lo mandaré inmediatamente al general en carta certificada para que, en la primera fiesta que él celebre, lo lean, y le autorizaré para que le hagan todas las modificaciones necesarias para que lo adapten, convenientemente, al héroe que vayan a homenajear”.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.