Los testimonios de adicción (y en muchos casos, pero jamás en todos, de recuperación) me resultan fascinantes porque los leo, en primer lugar, desde la mía propia, y conecto de inmediato con un mundo difícil de entender para lectores sanos, y en segundo lugar porque la condición humana (Malraux lo sabía) se retrata mejor cuando se pone en crisis y se le lleva al único límite posible, que es el umbral de la muerte y la muerte misma.
Es así que devoro, para aprender, para conectar y, por supuesto, para chismear, cualquier memoria interesante que comparezca en la mesa de novedades. A la de Matthew Perry (Friends, Lovers and the Big Terrible Thing) le traía ganas desde que apareció a finales de 2022, pero con la reciente muerte de su autor ya era un craving que hace días, por fin, pude saciar. (Paréntesis: la muerte es el punto final de toda memoria, y en el caso de un adicto en recuperación es inevitable preguntar por una potencial recaída —tan frecuente— como causa del desenlace. Perry murió ahogado en su tina, por fallas del corazón y, dice la autopsia, “consumo severo de ketamina”).
La de Perry, mejor conocido como Chandler Bing de la celebérrima serie Friends, es la historia de Garrick, el payaso triste que nunca encontró el remedio para su malestar. Digo payaso con todo respeto y admiración, recordando los cientos, tal vez miles de veces que Chandler me hizo reír. Perry confiesa que el personaje, hasta cierto punto, era él, siempre listo con una ironía rápida, un doble sentido al botepronto, un chiste ágil para resumir, condensar y aterrizar cualquier situación. Esa gracia terminó por aplastarlo, como lo revela en sus memorias desde una tristeza infinita. Es también la historia de un éxito desmesurado, fuera de todo cálculo, un triunfo que lo llevó a ganar un millón de dólares por semana y que lo tomó por asalto, pulverizando su intimidad y, sobre todo, su apreciación de la realidad. Y es, antes que nada, la historia de una adicción, trepidante y furiosa, al alcohol y las drogas, una dependencia que en última instancia se alimentó de sí misma, como el fuego, y que convirtió a Perry en un prestidigitador de su propia condición, una persona aparentemente funcional, cuya vida estaba sostenida con alfileres que casi nadie veía.
Podría decir que es la historia de una caída, el relato de un fracaso, la historia de muchísimas rachas de sobriedad demolidas por bastantes más de consumo. Pero no lo diré porque Perry escribió ese libro y yo lo leí. No lo diré porque, desde su experiencia única e irrepetible, él fue un experto de sus demonios y pudo trasladar su conocimiento a las páginas de sus memorias. No lo diré porque, aunque su vivencia fue única e irrepetible, la enfermedad es una y la misma aquí y en China, para ricos y pobres, mujeres y hombres, jóvenes y viejos, y la lectura de su caso resulta ejemplar y aleccionadora para cualquiera que padezca algún tipo de adicción. Perry, el inmortal Chandler, reunió fuerzas y lucidez conforme descendía en una espiral ya inevitable y tecleó (o dictó, no importa), me atrevo a decir que heroicamente, este inmejorable, brutal “compartimiento”. Así que mejor diré gracias. Gracias, hermano, por tu lucha a muerte. Gracias por tu historia.