Los niños migrantes

ENFOQUE MANUAL

Laura Garza*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Laura Garza
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Largos tiempos retenidos en las estaciones migratorias, traslados de regreso a sus países, secuestros y amenazas por parte del crimen organizado desde que pisan nuestro país y la inseguridad que enfrentan sin tener ya dinero, porque entre una cosa y otra, les han quitado todo.

Los migrantes que cruzan por nuestro país para llegar a la frontera con Estados Unidos, podrán tener muchas razones para terminar con sus vidas de origen y aún más para arriesgarse a cruzar un sinfín de obstáculos que les va quitando algo material o una parte de su humanidad.

Hondureños, colombianos, venezolanos, panameños y haitianos han sido detenidos por autoridades mexicanas, según cifras el Instituto Nacional de Migración, han sido más de 782mil hombres y mujeres que han sido capturados.

Las deportaciones son otro tema, los números suben y bajan; y las injusticias alrededor de los derechos humanos de cada migrante son de vergüenza.

También han registrado un descenso de migrantes que llegan a la frontera de nuestro país en estos primeros meses del año, un dato extraño para las estadísticas y las autoridades, puesto que se esperaría que fueran más.

Algo pasa, y no dudo que los migrantes también se han perdido en el camino y han terminado por ser deportados o de regresar de manera voluntaria a sus países.

Hemos visto caravanas, cientos de escenas en el río Bravo en donde la patrulla fronteriza ha atrapado, ha detenido y ha encontrado también, cuerpos de hombres en su mayoría, deshidratados y en un pésimo estado de salud.

Los niños migrantes.
Los niños migrantes.Foto: Reuters / Adrees Latif

Sin embargo, el sueño americano y yo diría que el sueño de vivir una vida tranquila, les gana a todos los que se han convertido en rehenes de su propio país, de sus propios hogares. El crimen organizado, las pandillas, las extorsiones, la inseguridad para las mujeres, la falta de oportunidades y el populismo en centro y Sudamérica hacen soñar a cualquiera.

Los niños son y serán actores principales de este drama humanitario, son ellos en los que vemos en cansancio en sus cuerpecitos que terminan por ser cargados por sus padres por decenas de kilómetros en un solo día.

Son los niños los que devuelven la esperanza a los padres, lo puedo asegurar, para caminar con ampollas, con los tenis rotos y las suelas desechas. Son ellos los que de vez en vez les han de sacar una sonrisa en medio del desasosiego y son ellos los que, sin entender el mundo de los grandes, aprenden a jugar con lo que encuentran en el camino y ante adversidades que aún para ellos no son visibles.

Este niño que sonríe mientras toma su botella de agua vacía pero rellena de piedras pequeñas, es la preocupación y el motivo para que sus padres sigan andando.

Él se llama Dylan y tiene cuatro años, su tía Daniela de 24 años está despierta y es la que está debajo de él. Los dos juegan por un momento, mientras que sus papás, Iván y Rubí de 22 toman una siesta.

El fotoperiodista que captó esta escena es Adrees Latif, un hombre experimentado en la frontera y a convivir con los migrantes en todas sus complicadas situaciones.

Admiro su serenidad para esperar ese momento de convertirlo en una fotografía esperanzadora y no dramática, porque este momento de la familia Rivera lo es. El pequeño Dylan le inserta la magia a una situación precaria, peligrosa y de tensión.

Los papás duermen agotados, Rubí se abraza porque lo necesita, cobijarse en su propio espacio para sentir que está sobre una cama, bajo el techo de su casa y que todo está bien. Iván duerme con su gorra en la cara, más relajado, más separado, pero igual con sus brazos cruzados. Él también necesita un abrazo, una cobija, un sentirse arropado.

Dylan y sus piedritas son el ejemplo más claro que su inocencia no tiene coordenadas, ni son más divertidas de un lado o del otro de cualquier frontera.

Son los migrantes los que no debemos olvidar, es un grave problema que nadie ha podido resolver o del que nadie ha querido encargarse.

Pero Dylan y el resto de los niños deben de ser la prioridad, cuidarlos y ofrecerles una mejor vida en cualquier lado de donde se tengan que quedar.