La 4T: estructura vs. militancia

LA MARGINALIA

Leonardo Martínez Carrizales<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Leonardo Martínez Carrizales*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

La competencia electoral se intensifica en México enriqueciendo la vida política. Las campañas adelantadas de tirios y troyanos encauzan la opinión pública; propician una suerte de purga de la bilis acumulada en ciertas zonas del cuerpo social; exhiben en su dimensión más apropiada a quienes actúan en este escenario; practican una especie de pedagogía civil…

El incremento de la temperatura que Marcelo Ebrard imprime a su carrera prueba que la disputa democrática en los pagos de la 4T es cierta, aun cuando el equipo de este personaje se aproxime a las armas de la lawfare con el fin de descarrilar la maquinaria social que funciona alrededor de Claudia Sheinbaum.

¿Por qué los estrategas del excanciller acarician las tácticas de la oposición conservadora, apelando a entes pretendidamente autónomos con facultades fiscales y jurisdiccionales, a propósito del alegado desvío de recursos en favor de la científica que encabeza las preferencias de una multitud estructurada por un Estado social que se arraigó en la CDMX? ¿Por qué Marcelo se empeña en hacer valer lo que imagina como una primacía indiscutible, inatacable, debida a su lealtad en pasados acuerdos de la élite de la izquierda mexicana? Conjeturo una explicación.

Acerca del origen de su relación con AMLO, Claudia Sheinbaum declaró al periodista Arturo Cano: “Yo era militante de base del PRD, nunca participé en la estructura”. En el imaginario de una universitaria educada en la movilización social de base escolar, influida por la cultura sindicalista de intervención política (CCH, Facultad de Ciencias, CEU), con vínculos en sociedades campesinas, la militancia se contrasta con la estructura porque la primera corresponde a organizaciones de base con fuerte arraigo territorial, herederas en diversos grados del centenario comunalismo mexicano de raíz amerindia; mientras la segunda implica el reducido espacio de la élite dirigente, propia de cualquier partido político moderno que, irremediable, inexorablemente, pierde contacto con la base social.

Claudia, a contrapelo de la situación conspicua de que goza, desempeña el papel de mediadora de formas de sociabilidad territoriales, de base, que “militan” haciendo política en su vida de todos los días. Así, entre política y cotidianidad no hay separación. Por el contrario, Marcelo siempre ha pertenecido a la estructura dirigente que practica la política como una profesión, algo desligado de la vida diaria de la comunidad.

Marcelo hace flamear la bandera de su perfil individual como máxima virtud. Claudia, por su parte, alega programas sociales, políticas públicas, redes territoriales… y, naturalmente, tiene dificultad para proyectar su personalidad en el firmamento mediático. Militancia vs. Estructura.

Claudia parece más cómoda en el tipo de forma social que corresponde a Morena (no del todo un partido político moderno, sino un añadido de estructuras territoriales movilizadas desde 1988); su capital político no gravita gracias al personaje público, sino a un Estado social construido y experimentado como funcionaria y titular del gobierno de la CDMX. En suma, estamos ante dos culturas políticas, cuya divergencia próximamente se volverá innegociable.

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