Leonardo Martínez Carrizales

Escuchar el clamor social

LA MARGINALIA

Leonardo Martínez Carrizales*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Leonardo Martínez Carrizales
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

La toma de posesión de los nuevos consejeros electorales ha sido desfavorable para el crédito público de quienes condujeron los destinos del Instituto Nacional Electoral hasta la semana pasada, dado el empeño de estos últimos en convertir el órgano de Estado en una fuerza opositora, activa como ninguna otra en la contienda por el poder político. La firmeza apacible eclipsó una estridencia próxima a los desórdenes de la personalidad.

Uno de los consejeros que permanecen en su puesto vaticinaba una larga curva de aprendizaje para sus nuevos compañeros. Por el contrario, las palabras reposadas de quien ocupará el centro de la “herradura de la democracia”, refrendó en pocos minutos la experiencia técnica y la visión política de quien se destaca en una generación de profesionales del servicio electoral de carrera, completamente adiestrada en las instituciones electorales pos 1988; al mismo tiempo, esas palabras plantearon las líneas básicas de un programa de gestión pública y, tácitamente, criticaron la deriva autoritaria del instituto hacia la indebida toma de partido en la arena pública. La crítica se alimentó de una razonable y responsable toma de nota del agitado clima social de nuestro país.

La frase más significativa que pronunció la consejera presidenta del INE, indica el compromiso de respetar y atender las “visiones de futuro” de todas las “fuerzas políticas”, representadas en el consejo general del organismo; en seguida, añadió: “Pero también las fuerzas políticas habrán de respetar los acuerdos que en lo técnico vayamos tomando”.

Según las palabras de Guadalupe Taddei Zavala, la “excelencia técnica” en materia electoral es el marco de las relaciones sociales que sigue a la deliberación política de los desacuerdos, aspecto al que concedió primacía como base del contrato público de la gobernabilidad democrática, incluso origen del proceso que le dio a ella misma legitimidad.

Las avenidas abstrusas de la democracia procedimental se reubican, luego de la alocución de marras, como una consecuencia de los desacuerdos entre partidos, agrupaciones políticas y la heterogénea sociedad civil. El teatro de sombras de los reglamentos y los códigos gobernado por sabios sutiles insertos en poderosas redes de influencia, cobra peso gracias al reconocimiento de la materialidad de la acción de las fuerzas sociales, que vuelve al centro del proceso electoral. Sólo una mentalidad con poco control de sí misma, puede ignorar las estructuras del cambio social sobre el cual se agita el país.

La materialidad de los procesos sociales se condice naturalmente con un elemento tan repetido en el discurso de la consejera presidenta, como los “desacuerdos”: el arduo trabajo de la autoridad electoral disperso en localidades, distritos, estados; las jornadas rendidas a ras de suelo por quienes ni siquiera forman parte del servicio electoral de carrera. Quien habla de este modo, no puede sino prestar oídos al “clamor social” del costo exorbitante de las elecciones en México, lo que equivale a contemplar el país tal y como es, y no como un teatro de sombras.