La absolución de Trump

EL ESPEJO

Leonardo Núñez González
Leonardo Núñez González La Razón de México

El segundo juicio político en contra de Trump terminó de una manera muy similar al primero: no pudo conseguirse una mayoría de dos terceras partes en el Senado; los 57 votos conseguidos no fueron suficientes y, entonces, el magnate quedó absuelto una vez más.

La victoria de Trump en el juicio de impeachment muestra la terrible separación entre la realidad y los discursos populistas y autoritarios.

La urgencia de procesar a Donald Trump mediante un juicio político ya no era para retirarlo del poder, pues los ciudadanos ya lo habían hecho mediante su voto, sino para llamarlo a rendir cuentas por su comportamiento posterior a las elecciones que perdió, ya que hizo todo lo posible para alimentar una mentira e incitar a la violenta toma del Capitolio por parte de sus seguidores. El evento no se trató de ninguna especie de performance o una inocente demostración política. Hubo personas asesinadas, funcionarios que perdieron ojos y extremidades, así como oficiales que se quitaron la vida después de haber enfrentado a la multitud que los atacó para tratar de encontrar y asesinar a congresistas, así como al mismísimo vicepresidente.

El juicio político que concluyó la semana pasada permitió que los demócratas explicaran con un aterrador lujo de detalles cómo las acciones constantes del presidente para negar la realidad, alimentar teorías de la conspiración e incitar a la violencia se relacionaron con la acción de sus seguidores que, repitiendo sus palabras, agitando banderas con su nombre y siguiendo sus instrucciones, atacaron a las instituciones como un último recurso para dinamitar el proceso democrático. Se mostraron videos inéditos que evidenciaron lo cerca que varios legisladores estuvieron de haber caído en las manos de los agitadores y se explicaron los múltiples vínculos de los extremistas con las acciones de Trump, no sólo durante el evento del 6 de enero en que llamó a sus seguidores a avanzar hacia el Capitolio, sino durante todos los meses previos e incluso mientras la violencia estaba sucediendo. La evidencia parecía incontrovertible y, sin embargo, no fue suficiente para que la mayoría de legisladores republicanos cambiaran el sentido de su voto.

La defensa que presentó el equipo legal del expresidente Trump fue francamente un balbuceo de declaraciones sin sentido y abiertas mentiras que lo mismo hablaban de la Primera Enmienda, de la operación “Rápido y Furioso” o de Madonna, mientras acompañaban su exposición con clips editados propios de los múltiples sitios de noticias falsas de extrema derecha que de una defensa legal. El escritor Masha Gessen escribió para el New Yorker que ese espectáculo fue un ataque al concepto mismo de razón y a la idea propia de información.

Y, a pesar de ello, la mayoría de republicanos decidió que no había evidencia para hacerlos cambiar de opinión. Que sin importar que el propio Trump hubiese llevado a una turba de seguidores a amenazar su propia integridad, la disociación de la realidad para mantener contento a Trump, que seguirá teniendo un papel político en los siguientes años, valía más. A pesar de estar fuera del poder, el autoritarismo de Trump sigue corriendo por las venas de Estados Unidos y muchos están contentos con eso.

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