La crisis del discurso estadounidense

EL ESPEJO

LEONARDO NÚÑEZ GONZÁLEZ
LEONARDO NÚÑEZ GONZÁLEZ
Por:
  • Leonardo Núñez González

La semana pasada, el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, se reunió con algunos sobrevivientes de las manifestaciones realizadas en la Plaza de Tinananmén, China, hace 31 años. Al mismo tiempo, en las calles de todo el país las fuerzas de seguridad se encontraban enfrentándose con los manifestantes que desde hace dos semanas han decidido no tolerar más el abuso policial y la discriminación presente en todas las esferas de la vida pública, patente en el asesinato de George Floyd.

El acto de Pompeo forma parte de un discurso estadounidense que por décadas ha colocado a la defensa de la democracia y la libertad de expresión como una bandera con la cual participaban activamente alrededor del mundo. Reconocer a los sobrevivientes de uno de los episodios más representativos del autoritarismo chino era una forma de resistencia simbólica contra la censura y despotismo chino, un poco en el mismo sentido que han presionado para defender a los protestantes de Hong Kong. Sin embargo, hacerlo al mismo tiempo que la policía gaseaba a manifestantes pacíficos, le restaba mucha potencia al mensaje.

El discurso estadounidense de libertades, democracia y prosperidad, tan exitoso e incuestionable después de la caída del muro de Berlín, comenzó a resquebrajarse ante las evidencias de la doble moral con la que múltiples veces intervinieron en el mundo. Invasiones, asesinatos, tortura de prisioneros y muchas más acciones cuestionables comenzaron a diluir la potencia de su discurso hegemónico. Múltiples adversarios de Estados Unidos utilizaron esta contradicción para colocar un espejo frente a los estadounidenses y hacerlos ver su propia hipocresía. Cuando Rusia invadió y se anexó la península de Crimea, por ejemplo, se apropió también del discurso estadounidense al decir que esta acción era para llevar la libertad a una población oprimida.

Hoy la prensa de China, Irán o Rusia no deja de realizar una amplia cobertura sobre los enfrentamientos entre los manifestantes y las fuerzas del orden o de repetir los múltiples llamados de Donald Trump para que las autoridades “dominen las calles”, encarcelen a los manifestantes y establezcan la “ley y el orden”. Con esto obtienen un triple objetivo: muestran que los estadounidenses no poseen ningún tipo de superioridad moral comparado con ellos, enseñan a la población que las acciones del gobierno no son una anormalidad y desactivan cualquier legitimidad con las que lo poco que queda del liberalismo occidental pueda hacerles frente. Si la gran potencia económica y militar desprecia a los organismos internacionales, como Donald Trump ha hecho con sus ataques a prácticamente todas las instancias de cooperación internacional, al mismo tiempo que se hunde en una crisis en la que su presidente puede dejar fluir todas sus pulsiones autoritarias, entonces el resto de países adquiere un pase libre para continuar con su control férreo sobre sus sociedades.

La crisis de Estados Unidos no sólo refleja a una sociedad dividida por el racismo, la discriminación y la desigualdad, también muestra a una comunidad internacional fragmentada, en la que los autoritarismos y populismos tendrán una voz cantante cuyos resultados serán inciertos.