Debilitar a Rusia: una misión que tardará meses

EL ESPEJO

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

La apuesta de Estados Unidos y el resto de integrantes de la OTAN en el campo de batalla ucraniano ya no es sólo detener el avance ruso, sino ayudar a diezmar las fuerzas de Vladimir Putin hasta que se vuelva insostenible mantener la invasión, pues ahora hay una confianza renovada en que Ucrania puede alzarse con la victoria.

La visita sorpresa que realizaron los funcionarios y secretarios estadounidenses de Defensa y del Interior, Lloyd Austin y Antony Blinken, a Kiev para acompañar a Zelenski —así como la multiplicidad de personalidades que han acudido directamente a la capital ucraniana, desde el secretario general de la ONU hasta el primer ministro británico— ha mandado una señal clara del respaldo y confianza en los ucranianos, que ya se han sobrepuesto a las intenciones primarias de los rusos de una invasión relámpago para deshacerse del gobierno actual. Sin embargo, es necesario señalar que el objetivo específico que se ha declarado de “debilitar a Rusia” implica asumir una batalla cruenta que se prolongará por meses y que requerirá un flujo constante de apoyos y colaboración, pues la derrota de los rusos aún está lejos de ser una realidad.

A pesar de la feroz resistencia ucraniana y del desastre espectacular que han sido las operaciones militares rusas, el ejército ruso en Ucrania aún mantiene alrededor de 90 batallones de los 130 con los que comenzó esta guerra, por lo que aún hay una fuerza invasora de alrededor de 100 mil soldados que, incluso con el peor de los entrenamientos y equipamiento que puedan tener, no serán fáciles de derrotar.

Además, el terreno de combate ha cambiado, pues el entorno boscoso y más urbano del norte contrasta con las amplias praderas del oriente de Ucrania, en donde los campos abiertos le dan mayor ventaja a las estrategias basadas en el uso de tanques y artillería, donde los rusos mantienen superioridad numérica. Por ello, el ejército ucraniano requiere mayores apoyos en equipamiento pesado y en armas sofisticadas que les permitan hacer frente a los rusos.

El problema es que esta transferencia de tecnología militar tampoco puede darse de un día para otro, pues el ejército ucraniano se encuentra entrenado mayormente en el uso de armas de origen soviético (y por eso los antiguos países del Pacto de Varsovia se han apresurado a enviar sus equipamientos antiguos a Ucrania, como los sistemas antiaéreos S300 que entregó Eslovaquia hace un par de semanas) y para poder incorporar nuevas tecnologías se requieren de intensas capacitaciones que, si bien ya han comenzado, tardarán en reflejarse en el campo de batalla.

A todo esto hay que integrar el hecho de que la narrativa dentro de los medios de comunicación en Rusia comienza a acercarse a las discusiones sobre una guerra abierta con Ucrania. Como ya hemos discutido, al haberla vendido como una “operación especial”, Putin se amarró las manos al no poder invocar una narrativa de guerra abierta y patriótica, por lo que no puede movilizar su abrumadora fuerza militar con tanta facilidad, pero ante la decisión del bloque de la OTAN, podría cambiar de decisión.

El próximo 9 de mayo, que Rusia celebre su Día de la Victoria, veremos si hay cambios sustantivos, pero es claro que el conflicto en Ucrania está lejos de terminar.

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