El 2020 cierra como uno de los años más complicados para la humanidad. Pocos fenómenos como la crisis del coronavirus han atacado tan rápidamente y llegado hasta los confines más recónditos del globo, poniendo a todos contra las cuerdas. Con las diferentes vacunas comienza a abrirse una rendija de esperanza para los siguientes meses, pero la pandemia y sus implicaciones continuarán entre nosotros por bastante tiempo.
La principal consecuencia, sin lugar a dudas, son las irreversibles pérdidas humanas. Cerca de 80 millones de personas han padecido de Covid-19 y alrededor de 1.8 millones de personas han fallecido hasta este momento. La labor titánica de múltiples laboratorios y centros de investigación han permitido completar los procedimientos de una multiplicidad de vacunas en un tiempo récord, pero el desafío logístico para lograr inmunizar a la cantidad suficiente de personas para lograr controlar los contagios aún se encuentra distante.
Pero no todas las muertes por coronavirus en el mundo han sido iguales. Aún resta hacer una evaluación de los efectos que han tenido los diferentes gobiernos en su manejo de la crisis. No es una coincidencia que, por ejemplo, los peores resultados y la mayor cantidad de muertos se hayan dado en los países en los que el populismo ha tenido las riendas de la acción pública. Estados Unidos, Brasil, México e India se han colocado al frente de esta trágica lista, mientras que otros países con características similares, pero gobiernos de otra naturaleza, han tenido resultados significativamente menores.
La crisis del coronavirus ha sido una especie de agente magnificador de las características distintivas de diferentes gobiernos y de las consecuencias de sus acciones. Queda por delante mucha investigación comparada que permita comprender las decisiones e implicaciones de cada gobierno, pero hasta el momento ha quedado claro cómo el mundo se ha dividido entre quienes vieron en la crisis un desafío en el que tenía que hacerse todo lo posible para minimizar el impacto humano, económico y social, mientras que otros encontraron en la tragedia una oportunidad para acrecentar su poder e influencia.
No fueron pocos los regímenes que, aprovechando la crisis, dieron golpes en la mesa para aplastar disidencias, incrementar su margen de maniobra, consolidar su poder o aprobar legislaciones cuestionables. Lo mismo en China que en Europa del este, India, Rusia, España, México, Venezuela y un largo etcétera, la emergencia se convirtió en una oportunidad única para aprovechar la desmovilización de la sociedad.
Estados Unidos se convirtió en una especie de rayo de esperanza al mostrar cómo una pésima gestión de la pandemia puede acabar con los gobernantes en la calle gracias al voto popular. Pero las instituciones estadounidenses estuvieron sometidas a un estrés que fácilmente hubiera tenido resultados diferentes en otras latitudes, por lo que los avances autoritarios o antidemocráticos de otras naciones no serán tan fáciles de revertir. Ha sido tanto lo que ha pasado en 2020, que tendrá que pasar mucho tiempo para que comprendamos a cabalidad todo lo que este año nos dejará en lecciones, aprendizajes y consecuencias. Tenemos tarea pendiente.