La derrota del chavismo y de Nicolás Maduro

EL ESPEJO

Leonardo Núñez González<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Leonardo Núñez González*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Escribo sin tener aún certeza de cuál será el resultado oficial que anuncie el Consejo Nacional Electoral de Venezuela sobre los resultados de las elecciones, pues las urnas han cerrado, pero es incierto lo que pasará a partir de este momento.

Sin embargo, la enorme movilización ciudadana para apoyar a la oposición y la esperanza que ha creado la posibilidad de pasar la página a un régimen que ha obligado a que 1 de cada 4 venezolanos haya tenido que huir de su país es una derrota, aun si no la reconoce, del régimen de Nicolás Maduro.

Ésta no es la primera vez que el régimen que creó Hugo Chávez se enfrenta a una oposición con fuertes posibilidades de victoria. En las elecciones legislativas de 2015, la oposición agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática le arrebató la mayoría en el Congreso al régimen, obteniendo 56% de los votos y 67% de los escaños. Sin embargo, la oposición no contaba con que Maduro, en lugar de pelear por el control de la Asamblea Nacional, simplemente optaría por crear su propio Poder Legislativo y continuar su gobierno como si nada.

Si ese proceso pudo realizarse fue porque el régimen ya se había adueñado de otras instituciones clave para lograrlo. En ese caso, el Tribunal Supremo, que ya había sido reformado y capturado por el chavismo, emitió una sentencia en que despojó a los legisladores electos de sus facultades y permitió la creación de un nuevo cuerpo legislativo, la Asamblea Nacional Constituyente. Cuidado con un “estricto apego a derecho”, aunque fuera sólo cosmético, el régimen pudo ignorar el resultado de las urnas creando simplemente una especie de Poder Legislativo legítimo. Las protestas y conflictos que siguieron a esta usurpación de poder fueron intensos, llegando incluso al nombramiento de un presidente interino, Juan Guaidó, que durante un tiempo sirvió para agrupar la lucha contra el chavismo. Sin embargo, la disputa por la legitimidad de dos instituciones, acompañada de una furibunda respuesta del régimen que persiguió, encarceló y obligó a huir a los líderes de la oposición, terminó dándole la victoria a Maduro.

La diferencia es que, ahora, ya no hay más instituciones que capturar ni instituciones que sustituir. La presidencia de Venezuela es el último espacio en que los ciudadanos podrían tener voz para decidir quién lo ocupa, pues todo el aparato gubernamental ya está en manos del chavismo y desde hace mucho se purgaron a todas las voces disidentes. Reducir la apuesta a un solo puesto y una sola votación ha elevado las expectativas pues, además, por primera vez en mucho tiempo la gente ha podido combinar el hartazgo con un régimen que ha empobrecido al país con la esperanza de que hay una alternativa. Esa esperanza se llama María Corina Machado, quien sin importar que fue invalidada por el gobierno para participar en las elecciones, ha logrado transferir su popularidad al candidato Edmundo González, al punto que las encuestas mostraban una preferencia de 2 a 1 de la oposición sobre el gobierno. Esa mayoría harta del chavismo hoy es más grande que nunca, por lo que ignorarla o dejarla de lado no será tan fácil como en otras ocasiones. Aún si se declara vencedor, Maduro ya ha perdido. Sólo es cuestión de tiempo.

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