Durante 2022 se registró una cifra histórica de cruces de migrantes en la frontera de Estados Unidos y México. De acuerdo con las estadísticas de la Patrulla Fronteriza, se registraron 2.3 millones de “encuentros” con personas tratando de cruzar y que terminaron siendo detenidas, lo cual supera los 1.7 millones de 2021, los 458 mil de 2020, los 977 mil de 2019 y los 521 mil de 2018.
El tema migratorio, sin duda, es uno de los puntos principales de la agenda de Joe Biden durante su visita a México. Sin embargo, cuando se habla de la crisis en la frontera, en la opinión pública pareciera que el tema principal es el flujo de personas de países como Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Venezuela, Cuba o cualquier otro país en crisis del que sus habitantes quieren y necesitan escapar. Aun así, aparece mucho menos en la discusión un elefante en el cuarto del que necesitamos hacernos cargo: el mayor grupo de migrantes que trata de cruzar la frontera es el de los ciudadanos mexicanos.
De los 2 millones 378 mil 944 migrantes detenidos durante 2022, 808 mil 339 — 34% de ese total— eran de origen mexicano. Ningún otro país está expulsando tantas personas fuera de sus fronteras, en términos netos, que México. La siguiente nacionalidad más identificada por las autoridades fronterizas estadounidenses es la guatemalteca, que representa 10% del total del flujo migratorio contabilizado. Además, tenía alrededor de 3 décadas que los migrantes mexicanos no ocupaban esta posición.
Para atender el flujo de migrantes no mexicanos, nuestro gobierno ha decidido convertir a la Guardia Nacional en una extensión de la Border Patrol que ha replicado, e incluso ha llevado más allá, el mal trato dado a las personas que simplemente buscan la oportunidad de un futuro en el que no tengan que vivir con miedo. No hacerse cargo de 34% de migrantes mexicanos, pero sí de 66% que proviene de otros países, es una buena herramienta de negociación para el Estado mexicano. Con la feroz política de cacería de migrantes, junto con la continuidad de nuestra posición como el país al que se devuelven a los migrantes de otras nacionalidades que son expulsados de Estados Unidos bajo el aún vigente Título 42, nuestro gobierno aún ofrece el servicio de contención que los políticos estadounidenses tan desesperadamente necesitan para atender el fenómeno migratorio.
Pero todo esto invisibiliza nuestro mayor problema: en medio de las caravanas de migrantes de la región atravesando el país, nuestros conciudadanos también están huyendo en masa de un país en el que viven inseguros, sin oportunidades ni esperanza de una vida mejor. Y, a diferencia de los migrantes de otras nacionalidades que atraviesan nuestro país, en el caso de los migrantes mexicanos no existe otra política de contención más que atacar la inseguridad, el aumento de la pobreza, el mediocre crecimiento económico y el resto de problemas que, más allá del discurso, están sufriendo las personas de carne y hueso. Si no escuchamos en esta realidad la terrible denuncia de nuestro fracaso, seguiremos creyendo que el fenómeno migratorio sólo necesita un enfoque de seguridad. Necesitamos hacer más, mucho más.