El Gobierno de Joe Biden en Estados Unidos planea dar un giro de 180 grados a la forma en que la política y el papel del Estado han sido definidos durante los últimos 30 años y, en una paradoja de la historia, avanzarán hacia muchos de los ideales progresistas mejor que otros gobiernos de la región que se llaman a sí mismos de izquierda.
Después de casi tres décadas de un dominio casi absoluto de la idea impulsada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher de que el mejor gobierno es un gobierno pequeño, mínimo y austero, la nueva política que Biden ha puesto de manifiesto en su discurso por sus primeros 100 días de gobierno anuncia la llegada de un cambio radical en que el Estado será el elemento central que intervendrá para resolver los grandes problemas públicos. La agenda de la nueva administración apuesta por ambiciosos proyectos de energías limpias para enfrentar el cambio climático, de profundas reformas fiscales progresivas para cobrar más impuestos a los más ricos y con cuyos recursos se apalancarán grandes proyectos de infraestructura, programas sociales y reformas educativas, así como proyectos para generar empleos y hasta una amplia reforma migratoria para abrir el camino a la ciudadanía a 11 millones de migrantes.
La ambiciosa agenda de Biden busca salir de la crisis del coronavirus (y sin mencionarlo abiertamente, de la tragedia de la gestión de Donald Trump) con una nueva política más incluyente, más justa, con una mejor distribución de la riqueza, más próspera, con mayor preocupación por el futuro y hasta menos polarización. En un paralelismo con la figura de Roosevelt y su New Deal para superar la gran crisis de 1929, Biden busca volver a colocar al gobierno al centro de los problemas y otorgarle una importancia ya olvidada. Las propuestas, además, no son producto de un arranque de voluntarismo y ocurrencia, sino que han sido discutidas y diseñadas por amplios grupos de especialistas y profesionales, esos mismos que fueron expulsados de la arena pública durante el triunfo del populismo.
La implementación de todos estos objetivos será un desafío continuo para Biden, no sólo por su complejidad, sino porque tendrá que lidiar con su estrecha mayoría legislativa y deberá buscar convencer a los republicanos, que todavía mantienen un fuerte espíritu de bloque y no cooperarán con facilidad. Desde el discurso de sus opositores, todas estas propuestas suenan a uno de los muñecos de paja más grandes para los estadounidenses: el socialismo. Y ahí hay otro gran desafío, pues Biden tendrá que convencer que su agenda, aunque radical para el contexto local, no es tan diferente de los proyectos que en otros países desarrollados han existido y hasta ya se dan por sentados. Se trata de una oportunidad única para mostrar las consecuencias de una nueva política progresista que, además de todo, ayudará a poner un punto de comparación con muchos de los gobiernos de la región que se asumen de izquierda, pero que están avanzando a pasos agigantados hacia el conservadurismo. Por primera vez en mucho tiempo, leeremos sobre las políticas de izquierda no como discursos tropicales, sino como acciones reales.