Tener un papel decepcionante en el mundial de futbol puede ser consecuencia de la mala fortuna, sin duda. Pero los éxitos continuados y sistemáticos, así como los fracasos que se repiten un año y al otro también, no son producto de la casualidad, sino el reflejo de esfuerzos nacionales que se articulan a lo largo del tiempo y de manera equivalente a como se planea una política pública. Y para muestra, dos botones: Francia y Japón.
Francia es el país de origen de la mayor cantidad de jugadores del Mundial de Qatar 2022. Sin embargo, sólo 37% de los futbolistas franceses que han participado en esta Copa del Mundo forma parte de la selección de Francia. A este mundial fueron convocados 59 jugadores con nacionalidad francesa, de los cuales 37 juegan para otras 9 selecciones: Túnez, Senegal, Camerún, Ghana, Marruecos, Alemania, España, Portugal y Qatar.
Éste es el cuarto mundial consecutivo en el que Francia se convierte en el primer exportador de jugadores y esto no es ninguna casualidad. Después de la Segunda Guerra Mundial, Francia estaba despedazada y, naturalmente, también su futbol. De los cuatro mundiales entre Chile 1962 y Alemania 1974, Francia no logró calificar a dos.
El Estado intervino y en 1972 creó el Institut National du Football, un esfuerzo nacional para buscar y entrenar a jóvenes talento, sin importar su origen. El centro nacional de esta institución se encuentra a las afueras de París, en las instalaciones conocidas como Clairefontaine, y ahí se formaron generaciones de jóvenes que pudieron desatar todo su potencial futbolístico sin restricciones.
Los resultados de una política no son inmediatos, pero cuando se ejecuta con éxito, terminan por llegar. Francia ganó el Mundial de 1998 y el éxito se repitió años más tarde, cuando volvió a ganar en Rusia 2018. La gran mayoría de los jugadores franceses ha sido identificado y entrenado en este sistema, por lo que hoy no sólo Francia produce a sus propios jugadores en casa, sino que crea futbolistas que pueden jugar en la liga francesa y además con otras playeras nacionales. Así, el nivel actual del futbol francés no puede entenderse sin instituciones que fueron capaces de dar oportunidades a cualquiera, sin importar de dónde provinieran.
El caso de Japón, que dio el campanazo derrotando a España y dejando fuera del torneo a Alemania, es igualmente revelador. La J-League japonesa fue refundada en 1991 ante el desastre futbolístico que era la nación nipona y el deseo, convertido en estrategia, para ganar una Copa del Mundo antes de 2040. Su liga comenzó un largo y complejo proceso para elevar su calidad haciendo más feroz y equilibrada la competencia, a la vez que creaba espacios para entrenar y generar futbolistas cada vez más capaces. Al participar en una liga con más demanda, los jugadores japoneses también han elevado su nivel y eso puede verse en otro dato: mientras en 2002 sólo 4 jugadores japoneses jugaban en ligas más competitivas, como las europeas, en Qatar esa cifra ha subido a 19. El brillo de estas selecciones no es producto del azar, sino de planes y acciones deliberadas para subir el nivel, incrementar la competencia y brindar oportunidades a nuevos talentos. Si México quiere aprender de sus fracasos, debe también aprender de los éxitos de otros.