De acuerdo con el Comité Olímpico Internacional, la forma de ordenar a los países en el medallero considera primero la cantidad de medallas de oro obtenidas. El país con más oros tiene una mejor posición en la tabla, sin importar la cantidad de medallas de plata o bronce que haya ganado. México, con sus 4 medallas de bronce, ocupó la posición 84 del medallero de Tokio, mientras que Ecuador, con 3 medallas en total, pero siendo dos de oro, terminó en la posición 38.
Precisamente, por ello, resultaba sumamente interesante ver que las coberturas de diversos medios estadounidenses, como New York Times o NBC, se separaban de esta forma de contabilizar y consideraban, en su lugar, el número total de medallas. Si hubieran seguido el criterio olímpico, durante la mayor parte de las Olimpiadas habrían tenido que reportar a China como el primer lugar del medallero, pues hasta el sábado tenía 38 medallas de oro contra 36 de Estados Unidos. Fue hasta el último día de competencias que los estadounidenses pudieron dar la vuelta a esta situación y colocarse en el primer lugar del medallero, con 39 preseas doradas.
Puede parecer una trivialidad, pero para los estadounidenses la competencia con China ha dejado de ser una mera anécdota deportiva, pues en el ascenso del gigante asiático en todos los frentes se percibe una amenaza real a la posición de privilegio que Estados Unidos y sus aliados han mantenido desde el colapso de la Unión Soviética. Desde el crecimiento económico, en el que la pregunta ya no es si China logrará superar el tamaño de la economía de Estados Unidos, sino cuándo (algunas estimaciones sugieren que incluso puede suceder antes de 2030), hasta el acotamiento de sus esferas de influencia (antes del año 2000, Estados Unidos era el primer socio comercial de 80% de los países del mundo, mientras que hoy esa cifra se ha desplomado hasta 30%, pues China ha ocupado esa posición principalmente en Asia, África, el este de Europa y América del Sur).
Lo mismo puede verse en la carrera espacial, en la que China, después de estar vetada de participar en las misiones de la Estación Espacial Internacional, ha comenzado ya la construcción en órbita de su propia estación espacial, con miras a ejecutar misiones tripuladas para llegar y ocupar la Luna, codo a codo con las misiones estadounidenses Artemisa, que buscan los mismos objetivos.
La reacción que provoca el ascenso chino no es trivial, pues además de la competencia deportiva, económica o tecnológica, se avecina una nueva competencia cultural y de valores, pues es muy claro que para el régimen de Xi Jinping resulta sumamente incómodo e innecesario hablar de trivialidades como la democracia o los derechos humanos. La pregunta fundamental será cómo funcionará esta nueva configuración de poder y cómo reaccionarán Estados Unidos y sus aliados, pues para mantenerse al frente de esta competencia no será suficiente con ordenar de un modo diferente las tablas de posiciones.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.