La muerte de RBG y la voracidad republicana

EL ESPEJO

Leonardo Núñez González
Leonardo Núñez González Foto: larazondemexico

La muerte de Ruth Bader Ginsburg, mejor conocida popularmente como Notorious RBG, es una tragedia para la agenda progresista estadounidense, pero también para el mundo. Pocas mentes jurídicas han logrado empujar e inspirar tan hábilmente una serie paulatina de cambios para avanzar hacia la equidad de género, el respeto de las minorías y la protección de los derechos humanos.

Millones de personas beneficiadas o inspiradas por su trabajo pueden dar cuenta de la dimensión y la importancia de RBG en un mundo profundamente machista y conservador. Pero su partida no sólo deja un vacío brutal en la vanguardia de las luchas sociales, sino que abre el espacio a un delicado y perverso juego de poder en Estados Unidos a menos de mes y medio de la celebración de las elecciones.

El punto fundamental de disputa es que las posiciones de la Corte Suprema tienen un carácter vitalicio, por lo que la llegada de un nuevo justice puede alterar por un largo periodo de tiempo la composición y el equilibrio ideológico de las decisiones del máximo tribunal estadounidense, en especial porque, aun cuando no hay una concordancia perfecta, la visión de los jueces suele ser muy cercana al partido del presidente que los nominó al cargo. Actualmente 5 posiciones corresponden a jueces nombrados por mandatarios republicanos, mientras que, con la partida de RBG, restan sólo 3 jueces nominados en un gobierno demócrata.

En 2016 falleció el juez Antonin Scalia, quien había estado en el puesto desde 1986, cuando Reagan lo nominó. Faltando 269 días para las elecciones de ese año, Barack Obama propuso a Merrick Garland para ocupar el puesto, pero los republicanos, liderados por Mitch McConnell, se opusieron fervientemente y bloquearon la votación en el Senado bajo el argumento de que, estando tan cerca las elecciones a la presidencia, tendrían que esperar a que pasaran los comicios para que la identidad política del juez seleccionado fuera acorde con la visión mayoritaria de los electores. Su bloqueo fue tan efectivo que Obama no pudo colocar un tercer juez durante su mandato y esta decisión recayó en Trump, que colocó a Neil Gorsuch y, posteriormente, también al controversial Brett Kavanaugh.

Hoy el líder de los republicanos es exactamente el mismo McConnell que se opuso a la nominación de Obama, pero cambiados los papeles y puestos en el poder, cualquier principio de congruencia ha salido por la ventana. Tanto el presidente Trump como McConnell han anunciado su interés de presentar un nominado y votarlo en el Senado, sin ningún tipo de pudor ni vergüenza por su hipocresía. Sin embargo, la situación no es sencilla, pues empujar la nominación de un juez conservador podría reavivar agendas aún más polarizantes, como el derecho a decidir de las mujeres, y poner en peligro los asientos del Senado que los demócratas podrían arrancarles a los republicanos en Arizona, Colorado o Maine, con lo cual podrían ganar la mayoría en esa cámara. Los republicanos están colocando todo en la balanza, pero su objetivo es claro: maximizar su influencia a cualquier costo en todos los poderes. Veremos si su voracidad no les resulta contraproducente.

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