El fin de la dualidad política del siglo pasado entre la Unión Soviética y Estados Unidos dio pie a un sistema que, inicialmente se creyó, sería dominado de manera hegemónica por la parte que salió airosa de dicho enfrentamiento. Sin embargo, muy pronto quedó en evidencia que, por más poder bélico o económico en manos de una sola nación o bloque, se abriría un terreno internacional en disputa en el que no sólo las grandes superpotencias podrían jugar.
Para 2023 los principales focos de atención se concentrarán en la evolución del conflicto entre Ucrania y Rusia —en el que la intermediación de la OTAN para garantizar el abasto de equipamiento militar, adiestramiento y ayuda humanitaria es fundamental—, así como en la tensión permanente entre China y Estados Unidos. A pesar de ser los dos temas con mayor visibilidad, es necesario recordar que hay una multiplicidad de conflictos activos y latentes que han comenzado a acelerarse como producto del resquebrajamiento de la idea de un orden internacional hegemónico.
Mientras China avanza en la conquista de nuevos aliados a lo largo de los países involucrados en su ambicioso proyecto de la Nueva Ruta de la Seda lo mismo en Asia que en África, en la vía marítima se cocina el fortalecimiento de alianzas entre los países delimitados entre el triángulo formado por India, Australia y Japón precisamente para hacerle frente al crecimiento de la influencia china. Las incursiones no autorizadas en aguas territoriales de varias naciones de esta región, así como el ambicioso proyecto para construir islas artificiales para afianzar los reclamos territoriales de diversas naciones, preparan un escenario que tarde o temprano derivará en algún tipo de enfrentamiento.
Las ondas expansivas de la embestida de Rusia contra otra nación soberana con la intención de aniquilarla (y el fracaso estrepitoso del que se suponía que era el segundo ejército más poderoso del mundo) también han creado un escenario ideal para atizar otros conflictos regionales. Las consecuencias pueden apreciarse desde Irán, pasando por Siria y Yemen, hasta llegar a los propios Balcanes y otras exrepúblicas socialistas, como Moldavia, Azerbaiyán o Armenia. El fracaso militar de Putin también ha creado nuevos incentivos para poner a prueba el actual equilibrio de poderes.
Estas tensiones geopolíticas se incrementan mientras los temas que requerían de una amplia cooperación internacional, como el cambio climático, quedan relegados a un segundo orden de importancia, lo cual no deja de ser una terrible noticia para todos nosotros. Con el desdibujamiento de las instituciones internacionales como espacio para garantizar el orden global, se abre la puerta para que cada país se vuelque a su propio nacionalismo sabiendo que ni de sus vecinos puede estar seguro. Esto se vuelve doblemente riesgoso si consideramos que todavía ni siquiera hemos salido del problema de la pandemia del coronavirus, pues aunque en muchas latitudes se cree que ya es un problema resuelto, basta ver los picos de nuevos contagios que están sucediendo hoy en día en países como China para saber que aún estamos lejos de cantar victoria. En 2023 la multipolaridad será la escena en que seguiremos viendo la fragmentación de un sistema que de suyo ya era conflictivo, pero que puede serlo aún más. Abrochemos nuestros cinturones.