Una de las escenas virales de la semana pasada fue una instructora grabando una rutina de ejercicios, mientras en el fondo comienzan a aparecer múltiples vehículos militares que avanzaban hacia los edificios del parlamento de Myanmar, para tomar el poder en un golpe de Estado.
El caso de Myanmar, también conocida como Birmania, da muestra de los múltiples riesgos que implican los militares dentro de la política, así como la fragilidad de las democracias jóvenes.
Los militares tienen una larga historia de dominio sobre la vida de Myanmar. Desde la independencia de 1948, los conflictos de gobernabilidad en el país rápidamente terminaron con los militares apropiándose del poder. Primero dieron un golpe de Estado para instaurar un régimen comunista en 1962 que aplicó un control férreo sobre la sociedad y sus libertades. El control político lo ejercieron a través de un sistema de partido único, en el que sólo era legal el Partido del Programa Socialista de Birmania (PPSB). Este sistema llegó a su límite en 1988, cuando múltiples manifestaciones masivas por parte de los ciudadanos inconformes con el gobierno terminaron en represión, violencia y asesinatos por parte de los militares.
La represión sólo elevó la intensidad de las manifestaciones. Varios funcionarios renunciaron y en medio del caos, la solución de los militares fue dar un nuevo golpe de Estado y conformar el Consejo de Estado para la Paz y el Desarrollo, que tomaría las riendas del poder e incluso realizaría unas elecciones, que se celebraron en 1990. El PPSB se presentó a las elecciones renombrándose como el Partido de Unidad Nacional, pero fueron derrotados estrepitosamente, pues de los 492 asientos legislativos que se disputaron, ganaron sólo 10. Por el contrario, la Liga Nacional para la Democracia, un fuerte movimiento político prodemocrático dirigido por Aung San Suu Kyi, se llevó 392 de esos asientos. El resultado no agradó nada a los militares, que decidieron, entonces, desconocer las elecciones, alegar fraude, encarcelar a Aung San (lo cual le valió recibir el Nobel de la Paz) y mantenerse en el poder.
El régimen militar limitó severamente las libertades y una vez más, el hartazgo acabó desbordándose en 2007, con otra serie de protestas multitudinarias que obligaron al régimen a comenzar a considerar un camino hacia una democracia, pero sería una democracia tutelada. En las primeras elecciones, en 2010, apareció y triunfó el Partido de la Unión, Solidaridad y Desarrollo, que curiosamente era el partido político de los militares. Sólo hasta 2015 los militares perderían, pues en las elecciones arrasó el partido de Aung San, quien estuvo más de 15 años privada de su libertad. Pero los militares no quedaron sin nada de poder, pues siempre estuvieron presentes. Por ejemplo, 25% de los asientos legislativos no se elige, sino que pertenece a los militares. En las elecciones de 2020 la Liga Nacional para la Democracia arrasó nuevamente y comenzaron a plantearse reformas para profundizar la democracia. Y eso no gustó nada a los militares. Y un nuevo golpe sucedió, pues entre el argumento de los votos y las armas, las segundas suelen imponerse cuando la democracia es frágil.