Un Nobel para lo aparentemente obvio pero importante

EL ESPEJO

Leonardo Núñez González*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Leonardo Núñez González
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La política importa y las instituciones políticas importan todavía más. Decirlo suena como algo obvio, pero en la simpleza de este hecho se esconde uno de los argumentos de por qué el comité del Nobel decidió entregar el premio de Economía a tres investigadores que se han dedicado a documentar que la pobreza o prosperidad de una nación se explica por lo que una sociedad permite o sufre por parte de sus gobiernos. 

El trabajo de Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson lleva tiempo siendo citado y utilizado ampliamente entre académicos, investigadores y analistas (más de una vez en esta misma columna) porque, como el título de uno de los libros escrito por dos de ellos anticipa, abordan la pregunta de por qué fracasan los países y, por ende, cómo es que otros son capaces de hacerse ricos.

En el corazón de su argumento está la naturaleza de las instituciones, que no son los edificios o las siglas de alguna dependencia de gobierno, sino las reglas —escritas y no escritas— que existen en un lugar. Dar una mordida en México, por ejemplo, es una institución no escrita, pues todo mundo sabe perfectamente qué pasa y qué se puede obtener cuando se soborna, por ejemplo, a un policía.

La clave de la cuestión se encuentra en que hay dos tipos de instituciones: las extractivas y las inclusivas. En las primeras, unos pocos individuos se benefician del resto de la población, mientras que en las segundas existe la posibilidad de que una gran parte de la población participe y se beneficie de ellas. De nuevo, esto no suena como una gran aportación al conocimiento, pues parece algo obvio, pero lo interesante es que Acemoglu, Johnson y Robinson llevan esta idea de viaje a diferentes partes del mundo y de la historia para verificar que, ahí donde existen instituciones políticas que permiten la participación y la inclusión de grandes sectores de la población, es donde se da la prosperidad.

Sin embargo, esto no es todo, pues esta lógica podría llevarnos a pensar que origen es destino. Por ejemplo, en Latinoamérica cargamos con una gran cantidad de instituciones (propias y heredadas) que han permitido que unos cuantos se beneficien de la mayoría. Y aquí es donde entra en juego la parte más importante, y tal vez menos señalada, de la teoría de estos investigadores: las características de las instituciones no surgen del aire o son impuestas por decreto, sino que son producto de una batalla permanente entre la sociedad y el gobierno, pues si sólo uno de los dos avanza, el juego se desequilibra y una institución que en un inicio era inclusiva puede terminar corrompiéndose.

Esto aparece en uno de sus últimos libros, llamado El pasillo estrecho, en el que explican que cuando una sociedad no pelea para obligar a su gobierno a que rinda cuentas, éste se vuelve despótico. Y no hay que pensar en extremos, pues “la característica definitoria de un Leviatán despótico no es que reprima y asesine a sus ciudadanos, sino que no provee ningún medio a la sociedad y la ciudadanía en general para tener injerencia en cómo se usa su poder y su capacidad”. Si ante una decisión del poder no hay nada que hacer más que sentarse a ver, estamos en problemas.