Desde hace unos días, los Gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido han liderado la apertura de un nuevo enfrentamiento militar en Medio Oriente, con una serie de bombardeos sobre Yemen, al sur de la Península Arábiga, que muestra las ondas expansivas del conflicto árabe-israelí y el crecimiento de la inestabilidad en la región.
La crisis es tan aguda que la intervención militar occidental no se encuentra envuelta en ninguna justificación retórica basada en ideales, estrategia o apoyo a naciones aliadas, sino que atiende a una amenaza directa sobre uno de los bienes que más atesoran: el comercio.
Yemen es un país con una situación geopolítica clave, al sur de la Península Arábiga, que lo ha convertido en un escenario secundario de la rivalidad entre Irán y Arabia Saudita, que se disputan la hegemonía regional. Su importancia estratégica radica en que Yemen custodia una de las costas del estrecho de Mandeb, un tramo de no más de 30 kilómetros de ancho que une el mar Rojo con el océano Índico, ofreciendo la ruta marítima más rápida para conectar el comercio de Asia, África y Europa. Por esta ruta transita alrededor de 12% del comercio global, por lo que cualquier interrupción implica pérdidas multimillonarias y retrasos en las cadenas globales de producción, como ya se vio cuando un accidente en 2021 llevó a un barco de carga a bloquear el Canal de Suez, deteniendo el flujo comercial del mar Rojo con el Mediterráneo en esta misma ruta, pero en Egipto.
Desde esta posición, los hutíes, grupo rebelde que actualmente controla Yemen y que se encuentra vinculado con Irán, han encontrado una locación privilegiada para desestabilizar todavía más a la región. Los hutíes forman parte del “Eje de Resistencia”, junto con Hamas y Hezbolá, que son grupos patrocinados por Irán que le permiten proyectar su poder más allá de sus fronteras, con el beneficio de poder negar cualquier responsabilidad.
Desde finales de 2023 e inicios de este año, bajo la justificación de ser actos de solidaridad con Palestina, los rebeldes hutíes comenzaron a lanzar cientos de misiles y drones contra barcos comerciales que transitaban el estrecho de Mandeb. Esto ha detenido el flujo comercial y obligado a que miles de barcos se debatan entre esperar o dar la vuelta al sur de África, agregando semanas y miles de dólares de costo adicional a sus recorridos. Para los hutíes (y para sus patrocinadores iraníes) ésta es una operación más que costo-eficiente, pues un grupo de drones de unos miles de dólares puede paralizar el flujo comercial multimillonario.
Esto orilló a Estados Unidos y sus aliados a intervenir, pues no poder garantizar el libre comercio debido a amenazas de grupos rebeldes pone en cuestionamiento la misión de policía del mundo que ellos mismos se han adscrito, aumentando las dudas sobre un sistema que se sigue desdibujando y en el que nuevos actores empujan las fronteras de lo posible, como hacen Rusia, China o Irán. Es incierto si los bombardeos a la distancia lograrán desarticular a los hutíes, pues incluso los ataques los fortalecen en su narrativa anti-estadounidense, pero lo que es cierto es que el control (o la idea de control) hegemónico se sigue desvaneciendo.