Un sello de la casa de los populistas en el poder es la violencia contra las autoridades electorales. En anticipación a una posible derrota en las urnas, los populistas invocan su falsa creencia de que sólo ellos encarnan al pueblo y que, por lo tanto, cualquier derrota electoral es producto de un complot en su contra.
Para ellos, la única forma de aceptar un resultado es si ganaron. Esta posición tan antidemocrática ya la conocemos bastante bien, pero hay que estar atento al caso brasileño, pues ahí se cocina un episodio más de los populistas contra las autoridades electorales.
La semana pasada el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, citó a alrededor de 50 embajadores de diferentes países para que escucharan un mensaje muy importante que debía darles desde el Palacio de la Alvorada, la residencia oficial del presidente. Armado con un Power Point lleno de errores ortográficos y mentiras, Bolsonaro les dijo a los diplomáticos que el sistema electoral brasileño —el mismo que le ha dado la victoria a él y a todos sus familiares en la política cuando han ganado— era un fraude. En especial, repitió una de sus ocurrencias favoritas: que la urna electrónica, que se usa desde hace 25 años y es uno de los orgullos logísticos del Tribunal Superior Electoral de Brasil, no es segura.
Brasil inició la adopción de la urna electrónica desde 1996 y desde ese momento no ha habido escándalos o problemas significativos con su uso. Todo lo contrario, siendo pequeños dispositivos que no se conectan a Internet, sino que envían satelitalmente sus resultados y se activan mediante los datos biométricos de los ciudadanos, a la vez que constantemente son sometidas a pruebas y desafíos para intentar alterarlas o hackearlas, estas urnas le dan una ventaja comparativa maravillosa a la cuarta democracia más grande del mundo: en cuestión de horas después de las elecciones se conocen los resultados. En las elecciones de 2018, las autoridades tardaron poco más de dos horas en tener los resultados definitivos que le dieron la victoria a Bolsonaro. Este sistema ha sido auditado y reconocido internacionalmente y es un motivo de orgullo de las instituciones brasileñas.
Sin embargo, la estrategia de Bolsonaro ha sido comenzar a sembrar entre sus seguidores la duda de la desconfianza en las elecciones. Siguiendo los pasos infames que Donald Trump mostró al mundo gritando desde meses antes que se cocinaba un fraude en su contra, hoy Bolsonaro se apresta a repetir el mecanismo a sabiendas de que todas las encuestas lo posicionan muy por detrás del expresidente Lula da Silva, que ha regresado a la política. En este proceso, Bolsonaro ha arrastrado no sólo a sus seguidores, sino a otras instituciones, como los militares o el poder legislativo, que han dado cabida y cuerda a sus mentiras. Esto es un juego de muy alto riesgo, pues una vez más podríamos ver a una democracia que es lanzada al abismo por las mentiras de sus gobernantes populistas. La editorial del periódico Folha de S. Paulo ante estos hechos es contundente: esto es propio de un presidente golpista. El populismo no sabe perder y, en su terquedad, puede destruirlo todo.