El ataque de Hamas a Israel el sábado pasado ha sido uno de los más audaces y sangrientos de la historia del conflicto palestino-israelí. Más de 600 israelíes murieron y más de dos mil resultaron heridos por la incursión de militantes palestinos, que entraron al país por tierra, aire y mar. Israel respondió con una ofensiva aérea y terrestre sobre Gaza, donde más de 400 palestinos han perdido la vida y hay miles más de heridos.
Este ataque representa un momento crucial para la región, ya que pone a prueba la capacidad de Israel para defenderse y reaccionar ante amenazas a su seguridad, la voluntad de Estados Unidos para apoyar a su aliado y la posibilidad de una escalada regional que involucre a otros actores como Irán, Hezbolá o Egipto.
Israel se enfrenta a un desafío sin precedentes, ya que ha sufrido un duro golpe a su seguridad y su confianza. Su sistema de defensa antimisiles, su inteligencia y su ejército fueron sorprendidos por la complejidad y la coordinación del ataque de Hamas, que demostró tener un arsenal más sofisticado y una estrategia más audaz que en el pasado. Israel tendrá que revisar sus capacidades militares y sus políticas hacia Gaza, donde la situación es crítica. El enclave palestino, sometido a un bloqueo económico desde 2007 por parte de Israel y Egipto, sufre la escasez de electricidad, combustible y medicinas. Los hospitales están desbordados por el número de víctimas y no hay suficientes recursos para atenderlas. La población civil vive bajo el constante bombardeo israelí, que ha causado numerosos daños materiales y humanos.
Estados Unidos se encuentra en una situación delicada, ya que tiene que equilibrar su apoyo a Israel con su interés por mantener la estabilidad regional y evitar una confrontación con Irán. El presidente Joe Biden prometió ayuda adicional a Israel, pero también instó a la moderación y al diálogo. Estados Unidos tiene que lidiar con las presiones internas y externas para intervenir en el conflicto y buscar una solución política que garantice los derechos de ambos pueblos.
La región está al borde de una guerra más amplia, ya que otros actores pueden aprovechar la oportunidad para avanzar sus intereses. Irán, que respalda a Hamas y a Hezbolá, ha manifestado su apoyo al grupo islamista y podría aumentar su influencia en la zona. Hezbolá, que controla el sur del Líbano, ha lanzado morteros contra Israel en señal de apoyo a Gaza. Egipto, que tiene un papel clave como mediador entre Israel y Hamas, ha cerrado su frontera con Gaza y ha condenado el ataque israelí.
El ataque de Hamas ha cambiado las reglas del juego en el conflicto palestino-israelí y ha abierto una nueva fase de incertidumbre y violencia. Por un lado, la debilidad de la Autoridad Palestina, que ha quedado marginada y deslegitimada ante su propio pueblo, dificulta un proceso de paz negociado. Por el otro, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, declaró la guerra y advirtió que el enfrentamiento sería “largo y difícil”, lo cual es una oportunidad para él: podrá aprovechar esta situación para consolidar su poder justo en los momentos en que más tambaleaba su autoridad, pues grandes movilizaciones de la sociedad habían reaccionado al intento de Netanyahu por reformar el poder judicial junto con la ultraderecha. El panorama es oscuro para la región.