Mientras escribo estas líneas, las urnas en El Salvador siguen abiertas y, sin embargo, su resultado está cantado. Nayib Bukele será el primer presidente salvadoreño que será reelecto después de 80 años, aun cuando la Constitución se lo prohibía. En cuestión de unos cuantos años, Bukele se apropió de todas las instituciones salvadoreñas y hoy inicia su reinado sin un límite claro de cuándo dejará de gobernar ni cómo.
Hay que decirlo con claridad, Bukele ganó en las urnas con una amplia mayoría ciudadana que lo ovaciona y genuinamente lo respalda. Y no es para menos, pues la violencia criminal que azotaba a El Salvador y lo colocaba como uno de los países más inseguros del mundo ha disminuido de una manera dramática. Mientras que en 2015 El Salvador reportaba tasas de 107 homicidios por cada 100 mil habitantes (más de cuatro veces la cifra de México), hoy han bajado hasta 2.4, muy cerca de los niveles del este de Europa. Es un hecho que comunidades enteras —que antes estaban a la merced de pandillas como la Mara Salvatrucha o Barrio 18 y en las que la muerte y la violencia se lo comían todo— hoy viven una paz que creían que nunca recuperarían.
Poco les importa a los habitantes de El Salvador que esta paz sea producto de negociaciones de Bukele con las pandillas y el crimen organizado, como se ha documentado ampliamente por medios independientes como El Faro, o de la instauración de un régimen de excepción en que las fuerzas del orden tienen permiso para tirar los derechos humanos por la ventana. A la mayoría de la gente no le preocupa que Bukele aproveche esos mismos poderes para perseguir a sus críticos, atacar a los periodistas o deshacerse de sus adversarios. Tampoco que él y su camarilla se estén enriqueciendo, lo mismo con contratos del Gobierno que con el fraude que ha sido Bitcoin. Mucho menos que haya capturado todas las instituciones del Gobierno, incluyendo al Poder Legislativo y Judicial, y las haya llenado con gente leal que sólo sabe levantar el dedo y obedecer. Al menos no importa por ahora.
Bukele se asume como un dictador que tiene permiso para hacer todo lo que desee bajo la justificación de sus resultados. Incluso se ha llamado a sí mismo como “el dictador más cool del mundo mundial”. Sin embargo, Bukele olvida que los dictadores de la república romana clásica, una vez que terminaban con su encargo, devolvían el poder y se retiraban de la política. Sólo cuando la figura se corrompió es que llegamos a los dictadores como ahora los conocemos, como lo que él aspira a ser.
Romper las reglas y avanzar para quedarse con todo el poder es una jugada de libro de texto. Para llamarse “Nuevas Ideas”, el movimiento de Bukele es bastante viejo, pues busca lo más básico de todo político: más poder, aun cuando sea a costa de destruir la república. La regresión democrática a la que ha llevado a su país hoy es aplaudida, pero el costo de tener todo el poder en sólo unas manos acabará pasando la factura a la vuelta del tiempo. Habrá que ver cuánto tiempo están dispuestos a pagarla los salvadoreños, pues ninguna dictadura es eterna.