La figura más importante de la política de Turquía en las últimas tres décadas ha sido Recep Tayyip Erdogan, quien se ha convertido en el amo y señor de su país, dirigiéndolo casi de manera ininterrumpida desde 2003 a la fecha, primero como primer ministro y luego como presidente.
Con tanto tiempo en el poder, Erdogan ha creado un Gobierno autocrático en el que muchas libertades se han erosionado y ha debilitado a las instituciones hasta apropiárselas. Y, a pesar de ello, hoy el partido del presidente sufrió su primera derrota electoral.
Resumir la travesía electoral de Erdogan en Turquía con propiedad requeriría muchas más palabras de las que aquí dispongo. Sin embargo, es necesario identificar que Erdogan siempre ha impulsado una forma de gobierno basada en criterios religiosos y con poco o nada de aprecio por las libertades civiles; mientras que Turquía es una sociedad compleja en la que los militares han tenido un poder preponderante (al punto que en varias ocasiones han dado golpes de Estado), pero que políticamente se ha acercado mucho más a los países europeos, por lo que también hay un particular espíritu secular y de pluralidad política entre la población.
Estos dos elementos en disputa son fundamentales para entender por qué la figura de Erdogan se ha consolidado de la mano con una política polarizante, intolerante y autocrática, pues Erdogan ha participado en la vida política de Turquía como oposición, desde donde gobernó la capital en los noventa, y como gobierno durante prácticamente todo este siglo. Con el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), que Erdogan fundó en 2001, comenzó a consolidar su poder desmantelando instituciones que lo amenazaban y persiguiendo con ferocidad a quienes lo criticaban. Así, poco a poco Turquía se fue moldeando a su imagen y semejanza, al punto que en 2017 logró sacar adelante una nueva Constitución, dándose todo el poder a sí mismo como presidente y abriéndose la puerta para múltiples reelecciones.
Turquía no es un país pequeño. Con sus casi 85 millones de habitantes, sumados a su privilegiada posición geoestratégica, es un Estado difícil de ser gobernado por una sola fuerza. Sin embargo, el poder que Erdogan fue construyendo y ejerciendo se construyó en un primer periodo de bonanza económica, seguido de fuertes cambios que le permitieron irse apropiando de instituciones como el Tribunal Constitucional, a la vez que desplegaba elementos claramente populistas con los que controlaba la agenda pública. No deja de ser curioso que el día de las elecciones él mismo repartía dinero en efectivo entre sus votantes fuera de las casillas.
Turquía se desmoronó con un terremoto en 2023, cuando hubo más de 50 mil muertos y 100 mil heridos y por el que salió a relucir la incapacidad del Gobierno y aún así Erdogan ganó las elecciones un mes después. La oposición se pulverizó. A pesar de ello, ahora, un año después, el AKP ha perdido por primera vez en su historia. No unas elecciones presidenciales, sino unas municipales, pero el partido del presidente ha perdido en las principales ciudades turcas. A pesar de todo el poder que ha concentrado Erdogan, ningún poder es eterno. Tendremos que ver con atención si éste es el inicio de la erosión de Erdogan o no.