Los discursos del trauma

COLUMNA INVITADA

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Estos días veía -inevitablemente- imágenes de guerra y destrucción en las pantallas omnipresentes. Luego de haber visto algo que inmediatamente deseé no haber visto, el impacto me oscureció el estado de ánimo y pasé unas horas tristes, pensando que el mundo es un lugar inseguro y cada día peor.

Luego pensé que ese malestar, esa tristeza que casi llegaba hasta la angustia, aun a mí, un adulto con varios años de experiencia acumulada, me hacía temblar la estantería. Inmediatamente pensé en los más vulnerables. Los más vulnerables luego de aquellos efectivamente vulnerados en la realidad fáctica de los hechos infaustos que mostraban las noticias, por supuesto.

Pensé entonces en el efecto de angustia, “traumático” en el sentido más coloquial y poco específico del término, que tal propalación de imágenes y noticias de violencia explícita podían llegar a tener, con efectos impredecibles y probablemente duraderos, en niñas y niños.

“Traumático” es un término que se suele utilizar en estos casos. Incluso hay un cuadro nosográfico bastante difundido, conocido como “síndrome de estrés postraumático”, que agrupa un conjunto de signos y síntomas que aparecen con posterioridad a un hecho “traumático”, entendido como algo doloroso, angustiante y sorpresivo. En resumen: algo inesperado, excepcionalmente desgarrador desde el punto de vista moral y subjetivo.

Al respecto, importantes producciones cinematográficas hollywoodenses han recuperado la idea de “trauma” en este sentido lato que les comento. Además, estas producciones nos muestran que tal sentido -“común” podríamos decir- es compartido muchas veces por distintas orientaciones psicoterapéuticas y por ciertos practicantes denominados counselors, por ejemplo.

El trauma en Hollywood

La primera vez que recuerdo haberme topado con esta idea cinematográfica del trauma fue hace varias décadas, con una película muy buena, multipremiada, dirigida por Robert Redford. Me refiero a Ordinary people (Gente como uno en su versión castellana).

La película nos contaba un drama familiar, en el que luego de un accidente náutico en el que fallece ahogado uno de los dos hermanos varones, el supérstite no logra superar la culpa por la pérdida.

El detalle de la historia nos muestra una sutileza en la que reposa la fuerza del argumento: uno de los hermanos cae a las aguas de un mar embravecido y el otro, aferrado al bote, desde cubierta, le tiende una mano para intentar rescatarlo. En algún momento, o bien por la fuerza del agua, o bien vencido por el cansancio, o vaya uno a saber por qué infortunio, las manos se sueltan. De ese modo encontró la muerte el hermano ahogado y la culpa agobiante el sobreviviente.

La película nos muestra cómo en la visita a una profesional de la salud mental, el hallazgo de este recuerdo traumático (en el sentido coloquial) en el contexto terapéutico morigera la culpa que, de este modo, resulta mitigada y, por lo tanto, la energía vital del muchacho comienza a estar disponible nuevamente para otros asuntos relacionados con la vida.

La segunda vez que recuerdo haberme topado con la idea hollywoodense de lo traumático fue en el film The Truman show. Según nos cuenta la película, el protagonista comienza a intuir de a poco, hasta saberlo francamente, que vive prisionero en un domo construido para simular una realidad ficticia diseñada para él.

¿Por qué no huye a través del mar que, aunque simulado, representa una invitación a zarpar hacia otros horizontes? El argumento resuelve el dispositivo de control del siguiente modo: Truman padece una fobia al agua, por eso, cada vez que intenta avanzar mar adentro, un malestar repentino se apodera de él y no le permite proceder al escape.

Luego nos enteramos que el origen de la fobia radica en un hecho puntual: la producción a cargo de la realización del programa del que Truman es el protagonista ignorado por él mismo, decidió “matar” a su padre representando una muerte por ahogamiento en el mar, hecho trágico que el entonces niño Truman vio desde la orilla.

Este hecho “traumático” pergeñado y perpetrado por el realizador del show televisivo sumamente exitoso es presentado como el factor etiológico de la fobia del Truman adulto.

Comento estos aspectos de estas dos famosas producciones cinematográficas de Hollywood para contarles cómo coinciden el sentido común, los guiones hollywoodenses e incluso algunos enfoques terapéuticos en la concepción del término “trauma”.

Las coincidencias son las siguientes: a) su origen sería detectable fehacientemente y coincidiría con un hecho puntual, con fecha específica; b) ellos guardan el poder patógeno de ocasionar efectos sintomáticos, de inhibición o de angustia recurrentes, efectos “postraumáticos” entonces; c) el punto “b” queda demostrado por el hecho de que cuando el origen es detectado y elaborado en un contexto terapéutico, los síntomas y demás efectos desaparecen.

A continuación, me gustaría comentarles brevemente que esta idea ramplona de trauma no tiene nada que ver con lo que llamamos de este modo en psicoanálisis. 

El trauma en psicoanálisis

En primer lugar, en psicoanálisis el hecho traumático no ocurre en un solo tiempo. Dicho de otra manera: no por ver morir a un padre ahogado o por soltarle la mano a un hermano en una encrucijada de vida o muerte, eso por sí solo va a producir un trauma.

Para hablar de trauma en psicoanálisis son necesarios al menos dos tiempos. Un tiempo primero que es detectado únicamente de manera retroactiva a partir del relato del analizante, y un momento segundo en el que algún factor funciona como disparador y actualiza la potencia traumática.

Por otra parte, en psicoanálisis no podemos anticipar ni clasificar, dicho de otro modo, no podemos saber de un hecho doloroso si constituirá o no una fuente traumática, por la sencilla razón de que cualquier hecho puede haber sido registrado como tal por el sujeto: incluso un hecho minúsculo, sin ninguna importancia desde el punto de vista objetivo.

La cosa se complica porque también es válido lo contrario: todos los días escuchamos en la consulta hechos realmente catastróficos que, sin embargo, no han dejado huella traumática en los implicados.

Por otra parte, cuando hablamos de trauma en psicoanálisis nos referimos a marcas que se han registrado en edades tempranas, antes de la pubertad. Que pueden tener efectos mucho después, en la adultez avanzada, por ejemplo. Este solo elemento descartaría como trauma, en el sentido psicoanalítico, al caso de Gente como uno.

En psicoanálisis, la textura del trauma adviene en el relato que el analizante dirige al analista bajo determinadas condiciones transferenciales. De dicha textura, entre ambos, detectarán aquellos significantes singulares que conlleven un peso específico de sufrimiento. 

Al respecto, hemos escrito un libro junto a Colette Soler, Vanina Muraro, Silvana Castro Tolosa y Gabriel Lombardi, Variantes de lo tíquico en la era de los traumatismos, en el que analizamos extensamente y en profundidad cada uno de los puntos apenas mencionados en este artículo.

* Martín Alomo es Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Docente del Doctorado en Psicología y de la Maestría en Psicoanálisis (UBA). Codirector de la Maestría en Psicopatología (UCES). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021); La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).