Ecologistas 4T dejan sin balasto a Tren Maya

GENTE DETRÁS DEL DINERO

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Dos de los mayores problemas del proyecto ahora encomendado a Javier May es el balasto y su transporte: la dura piedra que sirve como “cama” para durmientes y rieles, permitiendo la distribución uniforme de pesos y tensiones de los trenes, es un elemento clave en la infraestructura ferroviaria; pero su inexistencia en la Península de Yucatán impone costos extraordinarios por acarreo de hasta 2 mil millones de pesos en cada tramo del Tren Maya…, aunque se pudo tomar sin costo del cancelado NAIM.

Luego de que Andrés Manuel López Obrador canceló el aeropuerto ubicado en Texcoco, quedaron arrumbadas ahí unos 6 millones de tonelados de piedra (ya fueran cuarcitas, basaltos y granitos) así como dos modernas quebradoras de roca y una espuela de tren enlazada a la red de Ferrosur. El plan original que se propuso en Fonatur —cuando fue dirigido por Rogelio Jiménez Pons— fue utilizar esa roca, quebrarla a las dimensiones reglamentarias de balasto y transportarlas rápidamente por tren a los frentes de trabajo del Tren Maya. Algunos estiman que la piedra ahí abandonada habría servido como “cama” en 1,100 kilómetros de ese tren.

Sin embargo, por alguna extraña decisión, no fue así. Se cree que la decisión de no tocar los millones de toneladas de piedra provino tanto del Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México, a cargo de Carlos Villazón, y de Iñaki Echeverría, que se contrató para supuestamente desarrollar el Parque Ecológico de Texcoco como es sabido hasta la saciedad, el suelo del exlago es altamente alcalino -su salinidad duplica el del Mar Muerto- y ningún vegetal puede crecer ahí. Y de ahí vino la “brillante” idea de los ecologistas de la 4T de “terraformar” con esa piedra el “suelo fértil” de un supuesto parque de rescate ambiental que hoy lleva no más 0.5% de avance. Así se habría dejado sin un material vital (sin costo) a una obra insignia del actual Gobierno.

Hoy el balasto para el Tren Maya se tiene que acarrear en volumen insuficiente desde Veracruz por barcaza hasta Puerto Progreso o Punta Venado y luego moverse en camiones (contratados en exclusiva con el sindicato CATEM de Pedro Haces) a costos estratosféricos, pues entre los errores de planeación se desmontaron las vías desde Palenque hasta Valladolid por lo que ya no se pudo usar tren para transporte masivo de materiales constructivos.

Y sí, el costo del flete del balasto agrega casi 2 mil millones de pesos por cada 300 kilómetros para el Tren Maya.

Monopolio para Ultramar. La coordinadora de Puertos y Marina Mercante, Ana Laura López Bautista, no puede dejar pasar la truculencia de lo que sucedió hace unos días para la conectividad en el Caribe mexicano: por una simple denuncia anónima, las autoridades marítimas locales detuvieron las operaciones de la compañía de ferris Transcaribe al acusarla sin fundamentos de que sus navíos no estaban en buen estado. Y dada la ocasión, Ultramar —fundada por Germán Orozco— encarece el transporte de materias primas y alimentos en litorales de Quintana Roo y establece contratos de exclusividad con los transportistas que buscan mover sus mercancías en el litoral quintanarroense. No es la primera vez que Ultramar actúa así: mediante amparos no permite a la naviera Jetway usar muelles y eliminó a sus competidores en Isla Mujeres.

Pero, ¿qué necesidad? La necedad de regular a las apps tecnológicas de reparto a domicilio parece tener solamente fines políticos, y por eso quieren llevar la ley en esa materia de la CDMX a la Cámara de Diputados, pese la desastrosa experiencia de la Ley Rider en España que dejó sin empleo a miles de repartidores. La iniciativa de la diputada morenista Lidia Pérez Bárcenas es empujada para dictaminarse. Están desesperados por obtener votos que finalmente perderán…, pues la iniciativa destruye una buena opción laboral en estos tiempos de recesión.

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