Orwell, en su novela 1984, refiere la existencia de una policía del pensamiento encargada de detectar a las personas que tuvieran pensamientos no ortodoxos. El novelista imaginó que los integrantes de esa organización pertenecerían al gobierno e impondrían el orden definido por el partido. En muchas sociedades contemporáneas, las redes sociales se han convertido en las guardianas de lo que se estima correcto convirtiéndose en juezas privadas. Revisemos dos casos recientes.
El primero, referido al ámbito privado, es el de Alexi McCammond. A principios de marzo, esta veinteañera fue nombrada como editora en jefe de la revista Teen Vogue. Pocos días después, empleados de la publicación enviaron una carta a los editores, protestando por ese nombramiento. El origen de la inconformidad reside en que McCammond en su cuenta de Twitter hizo comentarios racistas (contra personas asiáticas). La inconformidad al interior de la revista alcanzó un gran eco en redes sociales, especialmente por coincidir con un momento de mayor conciencia en Estados Unidos respecto a las actitudes racistas en contra de la población de origen asiático. El hecho de que los desafortunados comentarios fueran escritos hace 10 años, cuando la periodista era adolescente, no importó. Tampoco que desde hace años se hubiera disculpado por su contenido. Una semana antes de que la editora tomara posesión del cargo, tanto ella como la compañía Condé Nast (dueña de la revista) acordaron dejar sin efecto el nombramiento.
El segundo, relacionado con el ámbito público, se refiere a Alekséi Navalny, un popular activista político ruso que se ha convertido en el opositor más abierto al régimen de Vladimir Putin. Navalny ha realizado numerosas investigaciones que han puesto en evidencia las prácticas corruptas gubernamentales. Además de haber sido encarcelado por motivos políticos, el activista sobrevivió casi de milagro a un intento de envenenamiento en agosto de 2020. Mientras se recuperaba en Alemania, las autoridades rusas exigieron que se presentara de inmediato o le revocarían la libertad condicional impuesta por cargos políticos. A su regreso a Moscú, el pasado 17 de enero, mediante un operativo de seguridad en el que utilizaron cientos de policías, el activista fue detenido. Inmediatamente, Amnistía Internacional lo declaró “preso de conciencia” al considerar que su detención había sido motivada por su activismo político. Desde ese momento, la organización comenzó a recibir quejas por las redes sociales para que le fuera revocado su estatus como “preso de conciencia”. Por el número de quejas y su coincidencia en presentar a Navalny como un rabioso nacionalista, puede suponerse que las redes sociales han sido manipuladas por el Gobierno ruso. Lo cierto es que existe un video de hace 15 años en el que se escucha a Navalny referirse a los inmigrantes como “cucarachas”. Ante la presión, el 24 de febrero, Amnistía Internacional retiró la clasificación de preso de conciencia al activista ruso.
Los casos de McCammond y Navalny nos obligan a reflexionar sobre la manipulación del uso de las redes sociales y su papel como jueces sociales.