Las redes sociales y el caso Paty

STRICTO SENSU

Mauricio Ibarra
Mauricio Ibarra Foto: La Razón de México

La muerte de Samuel Paty, el pasado 16 de octubre, ha conmocionado a la sociedad francesa. A principios del mes, el maestro de instrucción cívica de una secundaria ubicada en un suburbio parisino procedió a analizar la libertad de expresión con sus alumnos.

Para ello, recurrió a un ejemplo utilizado en años previos. El ejercicio consistía en mostrarles dos caricaturas publicadas por Charlie Hebdo en 2015, acción que provocó un ataque realizado por un grupo de fundamentalistas islámicos a las oficinas del semanario. Una vez que los alumnos vieran los dibujos, el docente señalaría que la ley francesa protege ese tipo de trabajos, para luego moderar un debate en el que los alumnos expondrían sus argumentos defendiendo o criticando la libertad de expresión.

Consciente de lo sensible que el ejemplo podría ser para sus estudiantes musulmanes, Paty advirtió a la clase que, quien así lo quisiera, podría abstenerse de ver las caricaturas mirando hacia otro lado. A diferencia de lo ocurrido en otros años, el ejercicio causó una reacción inesperada. Algunos padres de familia musulmanes se inconformaron ante la dirección del colegio. Uno de ellos presentó su queja ante la policía y publicó un video en Facebook. En él, llamaba a la protesta, pidiendo que se sancionara al docente, acusándolo de islamofobia e identificándolo por su nombre. Posteriormente, un conocido agitador islamista se presentó en la escuela e hizo un nuevo video, que difundió en las redes sociales, en el que denunciaba a Paty por su conducta agresiva e irresponsable. Las autoridades escolares investigaron al profesor, concluyendo que había obrado correctamente, sin que hubiera lugar para aplicar acciones disciplinarias.

Gracias a su divulgación en redes sociales, el incidente desbordó con creces el ámbito escolar. El colegio comenzó a recibir llamadas amenazantes. El propio Paty sintió que las advertencias expresadas en las redes sociales podrían concretarse. De ahí que modificara su recorrido habitual entre su hogar y la escuela, transitando por una zona más habitada. El viernes 16, último día hábil antes de las vacaciones de otoño, tras despedirse de sus alumnos, Paty emprendió su camino a casa. Nunca llegó. Fue interceptado por un adolescente de 18 años, Abdouallakh Anzorov, un refugiado checheno quien, sin conocer al docente, lo atacó a cuchilladas en la cabeza para luego decapitarlo. El verdugo pubicó un mensaje en Twitter dirigido al presidente francés con fotos de la cabeza decapitada, alardeando que había matado al maestro por atreverse a denigrar a Mahoma. La policía antiterrorista abatió al asesino en el lugar del crimen. Es demasiado pronto para prever los efectos que estos lamentables hechos tendrán en la sociedad francesa. Por lo pronto, el viernes pasado el primer ministro Jean Castex anunció que propondrá una ley que incluirá la posibilidad de sancionar a quienes publiquen en las redes sociales informaciones personales que amenacen la vida de los demás. De aprobarse la legislación, quizás la muerte de Samuel Paty no habrá sido un sacrificio inútil.

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