En los pasados días se ha abierto un debate en redes sociales acerca de si la literatura, ¿debe ser políticamente correcta, o debe conservar totalmente su libertad creativa y de expresión?
El tema surgió cuando se habló de reescribir obras clásicas para quitar palabras “incorrectas” u “ofensivas” de su vocabulario; lo que nos obliga a preguntarnos si no nos estamos volviendo una sociedad con poca tolerancia, nos está faltando empatía para lograr que el respeto entre seres humanos sea algo universal y básico. Las fallas en nuestra sociedad no se deben esconder bajo el tapete como una forma de negar su existencia o justificar aquello en lo que hemos fracasado rotundamente. Creo que a nuestro mundo le falta respeto y empatía, pero eso no se obtiene censurando el arte.
El arte es una representación de nuestro tiempo. La literatura refleja momentos históricos con todo lo positivo y negativo que corresponde al tiempo reflejado. La literatura no tiene como objetivo educar, ésa no es su función; sin embargo, sí nos ayuda a pensar, a tener una opinión clara acerca de distintas posturas.
Creo que el artista es libre de hablar con el lenguaje que elija según lo que busque expresar, ya es elección nuestra leer cierta obra o no. Todos los lectores tenemos gustos que nos definen. Autores que nos gustan por su forma de expresarse o por los temas que trata. Yo soy libre de leer y pensar a mi manera, lo mismo que todos aquellos que se sumergen en las páginas de un libro.
Si queremos educar generaciones tolerantes y abiertas, tenemos que mostrar todo el menú. Escondiendo o suavizando la realidad no estamos haciendo que nuestros hijos puedan diferenciar aquello que está bien de lo que está mal. Empaparse de una realidad que no siempre será positiva es el primer paso para crear niños empáticos, lo que seguramente los convertirá en adultos tolerantes, plenamente conscientes de que son las diferencias —y no las similitudes— en opiniones, lo que construye nuestra inteligencia.
Estoy convencida que mientras más se lee, más se abre nuestra mente. Entender al personaje desde su propia realidad y tiempo histórico es la regla de oro para conocerlo. Juzgarlo desde nuestra realidad es totalmente injusto. Lo mismo sucede cuando viajamos, nos gusta observar el entorno para no sentirnos fuera de lugar, bien dicen que al lugar que fueres, haz lo que vieres. Tratamos de entender las costumbres del lugar y comportarnos en consecuencia. Lo mismo sucede al leer, conocemos nuevos mundos, costumbres, pensamientos y distintas religiones que no tienen nada que ver con nosotros. Valores que a veces contrastan o complementan los nuestros, así, nuestra mente de inmediato trata de asimilar esa nueva cultura. No la desecha de inmediato y podemos ver ese nuevo mundo con los ojos de aquel que lo vive, Y así es como crecemos. Únicamente cuando observamos con cuidado y escuchamos al otro, nosotros evolucionamos.
La literatura me regaló la capacidad de ponerme en situaciones ajenas y poder vivirlas. No tenemos que haber vivido lo mismo que los personajes para sentir empatía y cariño por ellos. ¿Cómo podemos conocer aquello que no experimentamos en primera persona?, dejando que sean las historias ajenas las que nos llenen de lucidez. Sabio es aquel que conociendo las diferencias entre dos formas de pensar, no defiende la suya, sino que quizá vuelve su pensamiento más flexible para dejar entrar ideas que jamás hubiéramos hecho propias si no fuera por la magia de la literatura.
Creo que a nuestra generación nos toca defender la libertad de expresión en la literatura, pero entonces debemos asumir un compromiso de educar correctamente a las nuevas generaciones. Eduquemos en el amor y la tolerancia, respetemos las distintas formas de ver la vida y celebremos la diversidad que nos brinda este mundo. Celebremos la capacidad de expresar ideas con total libertad.