Mónica Argamasilla

Los niños, la guerra y la literatura

LAS LECTURAS

Mónica Argamasilla*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Mónica Argamasilla
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Aveces la realidad supera la ficción. Hace unos días vi un video que se hizo viral en las redes donde una reportera en Ucrania narraba llorando que una familia le suplicaba que se llevara a su hijo y lo pusiera a salvo de la guerra. Una historia que, por supuesto, hace patente la crueldad de un conflicto bélico, pero sobre todo la dolorosa prueba de amor de unos padres que quieren salvar a toda costa a quien más aman sin saber si lo podrán volver a ver.

Dicen que los libros llegan a nosotros cuando los necesitamos. Muchas veces estoy leyendo alguna novela al azar y resulta que siempre aterriza en algo tangible de nuestra realidad. De enero a la fecha, he leído dos libros que hablan de esta terrible realidad. Padres que se despiden de sus hijos para ponerlos a salvo en países lejanos, con familias que no conocen. En la guerra tratamos de sobrevivir, y qué mejor forma de hacerlo que a través de nuestros hijos, ellos serán nuestro legado, lo que sobreviva después de que todo termine.

El baile de las marionetas, de Mercedes Guerrero, es una novela que narra el destino de los niños que durante la Guerra Civil española fueron enviados a Rusia, buscando que permanecieran a salvo mientras las bombas y el hambre asediaban España.

En ese mismo libro, un abuelo en Afganistán suplica a una doctora canadiense que se lleve a su nieto con ella, que le enseñe que en el mundo hay lugares donde los niños pueden sonreír, donde no viven con miedo a que sus hogares sean bombardeados, donde los inocentes mueren defendiendo su hogar.

Recuérdame, de Mario Escobar, narra la suerte de tres hermanos que llegan a Morelia como parte de la expedición de niños que el agonizante gobierno de la República en España manda a México con el fin de ponerlos a salvo.

Ambas novelas hablan de los niños de la guerra. Menores que nacieron en el país y en el momento equivocado. En la edad donde debieran preocuparse sólo por estudiar y jugar, se ven en la encrucijada de emigrar a países desconocidos y dejar el horror atrás. Pero, ¿se puede dejar el miedo y el recuerdo de una familia sin consecuencias emocionales?

Peregrinos, de Sofía Segovia, narra la historia de dos niños prusianos que se desplazan hasta México en un terrible recorrido que inicia a finales de la Segunda Guerra Mundial. Una novela que pone de manifiesto lo que unos padres son capaces de hacer por salvar a sus hijos de la devastación.

La guerra saca a relucir lo peor de la humanidad, pero también hay historias donde el amor es el protagonista. No quiero pensar en la magnitud del dolor de una madre despidiendo a sus hijos, o la imagen de un padre explicando a su familia que debe dejarlos para ir a luchar, sabiendo que quizá no regrese jamás. Los éxodos son siempre una consecuencia de la guerra. Países que abren las puertas a emigrantes que huyen de la devastación; y entre todos esos rostros cansados están las historias de niños que dejan la calidez de un hogar, dejan el abrazo de una madre o el cariño de un padre.

Los niños del éxodo de Peter Pan saliendo de Cuba rumbo a Miami durante la Revolución cubana. Los desplazados durante la Segunda Guerra Mundial, niños que atravesaban un océano en solitario. Menores que atraviesan el Mediterráneo dejando el horror de la guerra en Siria.

La guerra tiene muchas caras, la de la destrucción y la muerte, pero no olvidemos que entre sus víctimas está una infancia indefensa, con quien la humanidad está en deuda porque no hemos sido capaces de entregarles lo más valioso que tiene la niñez, la capacidad de jugar y soñar, y creo que el poder de la pluma debe servir también para denunciar y concientizar al mundo que estamos fallando con aquellos que son más vulnerables, nuestros niños.