Mónica Argamasilla

El tiempo y la novela

LAS LECTURAS

Mónica Argamasilla*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Mónica Argamasilla
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Uno de los elementos más importantes dentro de la narrativa es identificar el tiempo en que se está narrando una historia. Se puede jugar con los tiempos de acuerdo al impacto que se quiere conseguir en el lector, siendo a veces un verdadero reto poder seguir el orden de los acontecimientos.

La forma tradicional de contar una historia es utilizar la línea del tiempo de un modo cronológico; es decir, un tiempo lineal. Aquí se comienza a narrar cierto punto de la historia y éste lleva un orden lógico, lo que no requiere mayor reto en el lector. La historia y los personajes se desarrollan de un modo ascendente.

Una historia también puede ser contada en desorden. Uno de los recursos más utilizados es la retrospección, lo cual significa que la historia hace un brinco en el tiempo hacia el pasado; por lo general, este cambio es determinante para entender algún aspecto importante en el relato. Algunos autores no suelen hacerlo evidente, es el lector el que por medio de su atención a la historia debe darse cuenta; sin embargo, hay autores que suelen marcar el cambio de tiempo señalando el año al principio del capítulo, lo que facilita al lector identificar el tiempo en que se desarrolla la acción, pero, sin importar cómo se define este salto temporal, la historia debe llevar una coherencia; es decir, los personajes y el espacio tienen que sustentar el tiempo de diferencia, ya sea con un crecimiento en los personajes o en la acción.

El salto en el tiempo también puede darse por medio de un recuerdo, éste no cambia todo el cuadro temporal, sino que el personaje desde un tiempo presente puede rememorar algo que es vital a la historia y regresar de inmediato al tiempo narrativo. Esto suele darse por medio de anécdotas o vivencias vitales para entender el hilo de la acción.

El brinco temporal también puede darse hacia el futuro, y esto se llama prospección. Por lo general, este recurso es muy utilizado en las autobiografías o en las historias en las que el narrador suele conocer el desenlace. Estos adelantos en la historia suelen ser anzuelos para atrapar la atención en el lector; por ejemplo, cuando un personaje toma una decisión y el narrador dice algo como “y no sabría cómo esa decisión cambiaría su vida para siempre…”. Estos saltos tienen que estar perfectamente justificados y deben ser entendidos por el lector de un modo automático, sin mucha explicación.

Hay historias que se narran en más de dos planos temporales. Estas narraciones suponen un reto para el lector, y son historias que entrelazan varios momentos en la vida de un solo personaje o generaciones distintas. El momento en que se narra varía de un capítulo a otro y el lector no sabe a ciencia cierta con qué se va a encontrar hasta pasadas algunas líneas de lectura.

Cuando el cambio temporal abarca muchos años de diferencia, el autor debe tener especial cuidado en ambientar el espacio de modo correcto. Hay que “meter” al lector correctamente en la época, haciendo una descripción del ámbito que rodea a los personajes, incluso el lenguaje suele cambiar, utilizando palabras representativas del momento, también la vestimenta (si es relevante a la descripción), debe llevar una concordancia para que el lector sienta que se ha transportado a dicho momento.

El tiempo en que transcurre una historia puede ir desde un breve lapso, hasta abarcar décadas; los personajes pueden ser otros en los escenarios temporales expuestos, o quizá pueden ser los mismos en distintos momentos de su vida.

La literatura da al autor una libertad absoluta a la hora de crear, la única regla es que la historia lo justifique y el lector lo entienda sin mucha explicación, debe fluir de un modo automático para poder disfrutar de una buena historia sin que los cambios resulten forzados.