Cumbre o muerte

GENTE COMO UNO

Mónica Garza<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Mónica Garza*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Subir una montaña es tan retador como bajarla. Las pisadas son determinantes, la atención en cada paso para no resbalar y que la llegada a tierra plana sea otro éxito, no un accidente fatal.

Hacer de esto una analogía con la vida es describirla de forma precisa. Más cuando se trata de la vida que muchos vivimos. Y si la comparamos con la política —o la vida de un político— la precisión resulta hasta cruel.

Para mí todo comenzó con un trekking turístico en un volcán en Hawái hace 5 años. La subida fue tan retadora y la sensación de llegar a la cumbre con vista ese cráter caliente, ya nunca me la pude sacar del cuerpo.

Ya perdí la cuenta de cuántas cuestas he subido desde entonces, con llegadas a mesetas tramposas en la montaña, antes de tener que enfrentar el tramo más empinado hasta la cumbre, o la meta después de un largo sendero.

Cuando vi el nombre “Chaltén” en mi último itinerario de caminata, pensé sólo en las vistas desde distintos ángulos del célebre Monte Fitz Roy (Argentina), con sus trágicas y heroicas historias. ¡Vaya error!

Chaltén es mucho más. Es otro espejo social de la Argentina golpeada por la imperdonable soberbia e ineptitud de sus administradores, que la han estrellado en duras crisis económicas, que han obligado a tantos a cambiar radicalmente de vida, para sobrevivir.

Pero en Chaltén —“montaña humeante” en lengua mapuche— la naturaleza es la única que realmente gobierna y es el único Dios en la Iglesia de los Escaladores.

Ahí el clima no tiene palabra de honor, reta a cualquier pronóstico. El viento puede llegar a ser muy agresivo y el invierno abraza hasta 20 grados bajo cero.

¿Y usted qué hace en invierno aquí? le pregunté al coordinador de los guías de senderos. “Leo muchos libros y bebo mucho whisky” me respondió con naturalidad.

La disputa con Chile por este territorio fronterizo se hizo evidente en 1965 luego de un enfrentamiento entre gendarmerías, pero su origen venía de un siglo atrás.

El Chaltén, la capital argentina del trekking, en una foto de archivo.
El Chaltén, la capital argentina del trekking, en una foto de archivo.

En 1985 el gobierno de Raúl Alfonsín decidió fundar este pueblo en la confluencia de los ríos De las Vueltas y Fitz Roy, hasta que en 1994 un jurado internacional falló a su favor la propiedad del territorio.

Nació en medio de una de las crisis económicas y políticas más agresivas de Argentina, pero con la firmeza de sus montañas logró colocarse en los primeros puestos a nivel mundial para el turismo de montaña, principalmente entre escaladores profesionales.

A Chaltén (1,500 habitantes fijos) en realidad lo fundaron los senderistas que llegaron ahí y las historias de los que se quedaron en el camino.

Y es que hasta hoy los rescates de senderistas extraviados o escaladores accidentados son épicos, donde los equipos se conforman de voluntarios, en montañas que son tan hermosas como traicioneras.

Se dividen en dos: los que buscan vivos y los que aceptan buscar cuerpos, porque “si te pierdes ahí por más de dos noches, seguro estás muerto”, me dijo el encargado de diseñar las estrategias de rescate del lugar.

Han encontrado gente colgada de una cuerda, escalando, pero congelados, muertos. Los que han sido encontrados, tuvieron más suerte que muchos a los que simplemente se los tragó el bosque.

Mi último día en Chaltén decidí ascender el “Pliegue del Tumbado”, porque por nada me perdería esas panorámicas, por adverso que fuera el camino después de una noche de nevada.

“Como nos vaya tratando el clima y la nieve, vemos si seguimos a la cima o descendemos” me dijo mi guía al pie de la montaña. Comenzamos a subir y a unos 200 metros de la cima quise claudicar.

Con la nieve no sentía firme mi pisada en ningún lado y los bastones no me ayudaban. “No puedo subir. No encuentro dónde poner el pie y me siento insegura” le dije a mi guía.

¡NO! me respondió. “Cumbre o muerte, es el dicho de los escaladores”, me dijo. Me pidió que me apoyara en una roca con una mano y lo tomara de la mano con la otra, para dar el siguiente paso.

Yo temía resbalarme, llevármelo conmigo, perder el camino ganado y así se lo dije. Él me respondió: “Los guías no nos caemos”…

Y así terminamos juntos trepando la roca que marca la cima de esa montaña, desde donde todos nos vemos tan pequeñitos y la vida cobra otra dimensión.

En las noches, con una muy mala señal de internet veía nuestras noticias y a nuestros “guías políticos”, lo chiquititos que se ven, mientras olvidan —o ignoran— a la naturaleza que impone cumbres a donde no llega la soberbia…

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