Una vez más somos testigos del incremento de violencia en la Franja de Gaza. Nuevamente vemos escenas de bombardeos, edificios en ruinas y niños ensangrentados con ojos desorbitados tratando de entender tanto odio y tanto dolor.
La región siempre ha sido un polvorín. Desde la cuestionable decisión posterior a la Guerra Mundial de montar un territorio israelí en terreno palestino, hasta las reiteradas violaciones del tratado de los dos Estados con las expansivas ocupaciones y asentamientos irregulares en Palestina, las comunidades árabes no han dejado de acumular rencor y la radicalización ha sido una previsible consecuencia.
Resulta fútil tratar de señalar un culpable de este conflicto. Dependiendo del momento en que situemos nuestro análisis, las hostilidades parecerían iniciarse por uno u otro bando. En esta ocasión, el grupo terrorista Hamas, en control de la Franja de Gaza, ha bombardeado territorio israelí. Israel, previsible y justamente, se ha defendido, pero con una intensidad desmedida. La legítima defensa tiene sus contextos y limitaciones, mismas que quedaron ya atrás. La comunidad internacional ha hecho un llamado en este sentido, débil y seguramente infructuoso.
En este escenario, Benjamín Netanyahu es responsable directo de fomentar durante la última década una política agresiva, discriminatoria e ilegal de ocupación en Cisjordania. Sus acciones reprobables han sido señaladas hasta por sus mismos aliados históricos, sin que esto haya tenido una repercusión palpable ni un cambio de dirección en sus mandatos. Él, personalmente, es responsable en gran medida de la violencia que se ha desatado dentro del mismo Estado de Israel y de los ataques injustificados a civiles palestinos.
La paz en la región pende de un hilo. Si bien Israel está rodeada de Estados que podrían calificarse como hostiles, sus políticas y el rumbo que han tomado sus relaciones exteriores bajo el mando de Netanyahu no han abonado a la paz o la seguridad de sus mismos ciudadanos. Una muestra de este tipo de decisiones son los recientes bombardeos a edificios ocupados por las redacciones de la prensa internacional, que fueron destruidos sin justificación alguna, oscureciendo aún más la legitimidad de las acciones tomadas por el ejército israelí.
Mientras la reacción de la comunidad internacional siga siendo tan tibia en su condena, el escenario no cambiará. Israel tiene derecho a defenderse, pero no a violar los acuerdos internacionales ocupando territorios y desalojando a familias palestinas. Tampoco tiene derecho a responder desproporcionadamente a las hostilidades barriendo comunidades enteras matando civiles, entre ellos numerosos niños. Condenar las acciones de palabra y mirar para otro lado es cobarde.