Hace cuatro años Joe Biden entró tardíamente a la contienda electoral convencido de que él podría vencer a Trump y evitar su reelección. Tenía razón. Era el político demócrata con mayor visibilidad y aceptación entre el público, aunque era percibido, desde entonces, ya mayor para el cargo. Eran tiempos excepcionales y Biden ganó la presidencia.
Durante su mandato tuvo resultados mixtos, pero sus índices de aceptación se vinieron abajo. Los coletazos de la pandemia, las guerras en Rusia y Gaza y un momento económico complejo hicieron de su administración un amasijo de victorias y derrotas.
A pesar de todos sus problemas con la ley, Trump se encaramó a la candidatura republicana y Biden se enganchó para el segundo round. Se le veía cansado, pero la voz del presidente se impuso y pasaron los meses de una campaña que se movía más por el rechazo a Trump que por las virtudes del candidato. El primer debate evidenció la incapacidad de Biden de seguir adelante. Aun así, Joe no se bajó de la contienda. Fue hasta que los donantes, los hilos que mueven la política estadounidense, dijeron basta que Biden entendió que era momento de salir. Tarde, a cien días de la elección.
En cien días los demócratas tienen que replantear su estrategia. Es imperativo buscar una bina que pueda representar mucho más que al simple Partido Demócrata. Se necesita un liderazgo que inspire y emocione para aglutinar a los votantes moderados de ambos lados, a los independientes, a los jóvenes y a las comunidades negras y latinas. Los votos reflejan sentimientos. No podemos pedir el milagro político que significó en su momento la candidatura de Obama, pero se necesita un candidato o candidata que logre conectar a nivel emotivo con el electorado y que llene de esperanza a una arena política que lleva una década sumida en la oscuridad y la violencia. Cien días parecen pocos, pero es lo que hay.
Sin tiempo, parece que el movimiento natural sería nominar a la vicepresidenta Harris. Sin embargo, ella lleva desaparecida desde que inició la administración Biden. Su índice de aprobación es bajo y no parece tener el carisma necesario para rescatar una campaña que terminará en la improvisación. Su ventana de oportunidad está en que los republicanos también tendrán que improvisar y modificar una campaña que se basaba en el vigor masculino de Trump atacando a su envejecido rival. Ambas campañas tendrán que reinventarse.
Será una carrera por quién logre dominar la narrativa en estos cien días. Trump lleva la delantera ahora que ha sido “salvado por Dios”, pero Harris tiene una oportunidad. Si logra renovar el discurso y conectar con la audiencia, podría darle la vuelta a las encuestas. Tendrá que demostrar que nunca es demasiado tarde para el cambio.