En las dos primeras décadas del nuevo milenio, Estado Unidos sufrió de un repunte en la circulación de cocaína entre sus ciudadanos. La crisis del consumo, la violencia y las muertes fueron en aumento. En su momento, el Gobierno identificó como una de las fuentes del tráfico al Cártel de los Soles, principalmente relacionado con la guerrilla de las FARC y sus aliados internacionales.
En el 2020, durante el mandato de Donald Trump, el fiscal Barr asombró al mundo al acusar abiertamente de narcoterrorismo a altos mandos del Gobierno de Venezuela, incluido a Nicolás Maduro, un presidente al que no reconocían como legítimo. La acusación ligaba a Maduro con el cártel y lo refería como pieza clave dentro de una estrategia que buscaba minar a la sociedad estadounidense al corromperla con las drogas. También ofrecía una fuerte suma, 15 millones de dólares, a la persona que aportara información que llevara a la captura de Maduro.
El embate de la pandemia y las propias problemáticas de la política interna de los EU provocaron que el impacto inicial de esta medida fuera diluyéndose con el tiempo. Lo que parecía una ofensiva decisiva de la comunidad internacional en contra del dictador no pasó a mayores y nuevamente las aguas volvieron a su cauce. Maduro, acostumbrado a aguantar, desgastar y continuar, tomó el ataque como combustible para su postura de mártir del imperialismo.
Hoy, luego de unas elecciones fraudulentas, Maduro nuevamente se aferra al poder al tiempo que Elon Musk le recordaba al mundo del caso abierto por el Gobierno estadounidense y la recompensa por la cabeza de Maduro. Esto, sumado al clamor internacional ante la evidencia de fraude y los 1,300 venezolanos detenidos durante las protestas callejeras, vuelve a encender la esperanza de que ahora sí la presión sea suficiente para derrocar al dictador.
El rumor que crece como las olas del mar es que Washington le ha ofrecido amnistía a Maduro a cambio de que deje el poder y permita la transición. Maduro se enfrenta a una decisión que definirá su destino. Puede aferrarse a la presidencia y terminar como otros tantos dictadores: perseguidos, presos o incluso muertos; o puede retirarse, buscar asilo en algún país aliado y culminar sus días en una paz y tranquilidad inmerecidas, pero consentidas como el mal menor. A su favor tiene que EU volverá a ensimismarse con su propio proceso electoral. En contra está el que, incluso, países afines se han decantado por exigir transparencia en la elección, lo que implica una llamada para que acepte su derrota en las urnas.
A Maduro se le ha abierto una inmerecida salida por la puerta grande. Esperemos, por el bien de Venezuela, que tenga la prudencia de tomarla y desaparecer de una vez y para siempre.