El sistema político estadounidense está podrido y requiere una reconstrucción de fondo. El bipartidismo se ha agotado y nos presenta en cada elección una polarización ridícula y poco funcional que deja insatisfechos y decepcionados a la mayoría de los votantes.
Electores que se consideran moderados y aquellos independientes que no se identifican con ninguna cara de la moneda se dan cuenta de que el juego del poder se ha vuelto obsoleto y corrupto. Los candidatos ya no representan intereses del pueblo sino ideologías e intereses privados que polarizan y buscan fomentar y capitalizar la división en la sociedad. Ganar el poder a costa de lo que sea, incluso de la estabilidad y la cohesión social.
Estamos por arrancar la fase final de las elecciones presidenciales y los movimientos políticos previos a las campañas ya dan vergüenza. La falta de ideas y liderazgos hace que ambos partidos hayan iniciado sus movimientos desde la ideología y el ataque alarmista que busca movilizar a las bases. Una estrategia que, si bien es eficiente para ganar ese 30% del electorado que integra la base más fiel a cada partido, rompe puentes, anula el diálogo y rebaja el debate político a una pelea de vecindad.
Estados Unidos está dividido y la cúpula del poder en ambos partidos no tiene la intención de remediar esto sino de echar más leña al fuego. Así, Biden, por ejemplo, apela a la bandera del aborto mientras que Trump atiza el fuego de la inmigración ilegal. Ambos se acusan de corrupción y de violentar los derechos fundamentales de las personas.
Sus partidos no se quedan atrás. Tanto demócratas como republicanos están jalando todas las cuerdas a su disposición, con el peligro que esto supone para la independencia del poder judicial, para que los juicios contra Hunter Biden y Donald Trump avancen hacia donde les conviene. Los jueces y fiscales hacen malabares para no parecer militantes de un partido mientras que el público ha perdido la confianza en las instituciones de justicia.
Los partidos, dominados por las grandes corporaciones, buscan descaradamente manipular al sector privado al chantajear a las empresas para que apoyen sus banderas ideologizadas. El cambio climático, por ejemplo, ha dejado de ser un tema de debate científico y activismo civil para convertirse en una arena que confronta el manoseado derecho a la libertad y a las restricciones a la misma libertad por razón del bien común. Sin importarles realmente si es un problema que pueda acabar con la vida como la conocemos, el calentamiento global es simplemente una herramienta más para ganar votos.
El sistema bipartidista agoniza y muestra los peores colores de una democracia que ha dejado de ser ejemplar y que ahora se encuentra en terapia intensiva.