En el informe El estado de inseguridad alimentaria en el mundo 2020, elaborado por agencias de la ONU como la OMS y la FAO, se leen datos desesperanzadores. El número de personas que no sabe si va a comer el día de hoy aumentó hasta 811 millones. La peor cifra en una década.
Los esfuerzos que se han hecho de cara a los Objetivos del Desarrollo Sostenible –que buscaban erradicar la inseguridad alimentaria para el 2030— se han topado con la realidad de las consecuencias del cambio climático, los conflictos armados y la gran crisis que ha significado el Covid-19. No sólo se ha perdido lo avanzado en cuanto a erradicar el hambre, sino que los números han escalado de forma alarmante, en el 2019, sin ir más lejos, el número era de 650 millones.
La pandemia ha empujado a 118 millones de personas a las filas del hambre. Lo más impactante es que gran parte de este grupo no pertenecía antes del Covid a las filas de la pobreza, pertenecían a la clase media, que sufrió el embate del paro económico y que, en muchos casos, perdió todo lo que tenía. Este fenómeno fue particularmente grave en regiones con alta desigualdad social e informalidad laboral. Latinoamérica, por ejemplo, acumula a más de la mitad de su población económicamente activa dentro de la informalidad, por lo que no tuvieron forma de protegerse o apoyarse oficialmente ante el paro económico y fueron especialmente vulnerables durante el año pasado.
La ONU advierte que, de no detenerse la pandemia, estos números pueden seguir aumentando, principalmente en las regiones del planeta que no tienen resuelto el problema de la vacunación. África, por ejemplo, presenta un retraso significativo en la vacunación de su población, por lo que el siguiente año podría significar una catástrofe humanitaria ante el alargamiento de la crisis sanitaria y económica que representa el Covid-19. La comunidad internacional deberá actuar para evitar una crisis mayor.
El gobierno de Joe Biden deberá poner el ejemplo. Con millones de vacunas en sus anaqueles esperando a que alguien vaya a vacunarse, las donaciones que ha hecho hasta el momento –aunque se agradecen— han tenido un comprensible interés: vacunar la frontera con México y a los países de Centroamérica, fuente de la constante migración que llega a su país. África, como siempre, queda abandonada a su suerte al estar aislada de los intereses de las grandes potencias.
La solución a largo plazo es buscar fortalecer los sistemas alimentarios de las naciones. Evitar que la economía de los alimentos sea tan vulnerable a los desastres naturales es vital para prevenir un nuevo pico en los números del hambre. Se busca creatividad, innovación y voluntad política para el trabajo conjunto y el bien común.