Superando apenas los 3.5 millones de votos, la coalición del Gran Polo Patriótico, afín a Nicolás Maduro, se ha hecho con 240 de los 277 escaños en disputa en una contienda electoral marcada por el abstencionismo, que alcanzó el 70 por ciento. Así, la Asamblea Nacional ha sido renovada con el aval del Consejo Nacional Electoral, organismo chavista que dista mucho de ser un juez imparcial en los comicios. La única buena noticia es que esta farsa ha terminado.
La oposición nuevamente se dividió ante la llamada a las urnas. Los partidos que se aglutinan bajo el manto de Juan Guaidó decidieron boicotear la elección al no presentarse. Lamentablemente esta actitud no se generalizó y hubo partidos, que con su presencia en algo, legitiman las elecciones. Guaidó reclamó la falta de garantías y transparencia, llamando a la comunidad a no reconocer los comicios por fraudulentos. Países como Estados Unidos, Canadá, Brasil y Colombia ya han desconocido los resultados.
La misma base chavista se vio francamente desmotivada a acudir a las urnas ante unas elecciones de trámite que sólo Maduro califica como una “tremenda y gigantesca victoria”. Este triunfalismo parece ridículo cuando el mismo partido oficial no puede afirmar que asistiera más de 30 por ciento del padrón electoral. Ni las tácticas intimidatorias y los acarreos lograron que el partido oficial levantara votos. Ésta fue una jornada triste para la democracia.
Con desánimo, este resultado evidencia la división profunda que hay en Venezuela y la desesperanza ante la falta de mecanismos democráticos efectivos para provocar un cambio. La oposición existe y es muy numerosa, pero, ante el secuestro a las instituciones que el chavismo ha ejercido por más de dos décadas, ha bajado las manos y mira desde la barrera cómo se simula la democracia. Al perder el control de la Asamblea Nacional, el mismo Guaidó queda sin ese respaldo que le daba controlar el Parlamento. Nuevamente la división de la oposición ha mermado la poca influencia política que aún conservaba.
El pueblo venezolano no cree ya en la democracia. Los políticos le han fallado. Por un lado, está el tirano dictador que descaradamente asalta las instituciones y simula victorias. Por otro lado, está la ineficaz acción de una oposición que en momentos clave y con personajes aglutinantes, como Capriles, López y Guaidó, no ha logrado la unidad para dar el golpe decisivo. A esto se le suma una comunidad internacional que habla mucho y hace poco.
Así las cosas, los venezolanos están abandonados a su suerte en un escenario desalentador y siendo víctimas de una crisis política, económica y social que parece no tener fin. Ni los discursos triunfalistas de Maduro harán que hoy salga el sol incluso para los más crédulos.