El viernes 1 de julio, se cumplieron 4 años de la victoria de López Obrador en la elección presidencial de 2018. Llega a esta nueva etapa de su gobierno con una aprobación alta a comparación de los últimos cuatro presidentes, por encima del 60%, pero con deudas en materia económica y de seguridad.
En materia de políticas públicas su gobierno ha tenido buenas intenciones, con mediocres resultados. Durante su gestión ha entregado dos de las tres obras prometidas, Dos Bocas y el Aeropuerto de Santa Lucía, aunque incompletas; ha incrementado los recursos para programas sociales, aunque la pobreza ha crecido; creó la Guardia Nacional e implementó una estrategia de seguridad que atiende sus causas, pero la violencia no cede, inició una estrategia de centralización y universalización de la salud, que a la fecha no ha avanzado. El sexenio se termina y no se espera que haya avances sustantivos en estas materias, pero su popularidad se mantiene.
Mucho se ha discutido del carácter del Presidente López Obrador. No es poco común que sus opositores, sus antiguos aliados convertidos en detractores y las personas que no le tienen simpatía, le reconozcan el ser un gran político. Recientemente el New York Times publicó un artículo en el que diversas fuentes en el gobierno de Estados Unidos mostraron su preocupación con relación al embajador de ese país en México y su afinidad con el Presidente. La gira del primer mandatario en Centroamérica le valió el aprecio de sus homólogos y el impulso se prolongó hasta su pronunciamiento sobre la Cumbre de las Américas y su negativa de participar si no se invitaba a todos los países del continente. Mediante sus acciones el Presidente ha fortalecido su posición con el Sur y, para bien o para mal, ha impulsado una separación diplomática con Estados Unidos.
En un entorno internacional adverso como es el que sufrimos por la pandemia de Covid-19 y la crisis inflacionaria que enfrenta el mundo, pero también en un contexto nacional complicado por las decisiones de política pública y el crecimiento de la violencia de los grupos organizados, el principal instrumento del Gobierno de López Obrador para mantener su popularidad es la comunicación.
El Presidente va de norte a sur del país, aparece diario en los medios de comunicación explicando los temas que le parecen relevantes, responde a cuestionamientos, señala a sus adversarios, reprueba excesos. Construye desde la tribuna un discurso que para bien o para mal define los límites de lo que critican sus opositores y defienden sus simpatizantes. Rara vez han encontrado al Presidente fuera de lugar y su gran habilidad le ha permitido disminuir el impacto de escándalos, errores y de decisiones impopulares. Desde la tribuna define no sólo la cancelación del horario de verano, pero el clima social. Si no fuera por las Mañaneras, quién sabe qué sería de este país.