El sello de Sheinbaum

CARTAS POLÍTICAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Estamos a menos de quince días del final del sexenio de López Obrador y el inicio del gobierno de Claudia Sheinbaum.

AMLO deja su gobierno con gran popularidad de una parte importante de la población y un profundo desconcierto para la oposición y quienes no simpatizan con su movimiento.

Sheinbaum recibirá un país expectante por saber cuál será el sello de su gobierno una vez que porte la banda presidencial y rinda protesta como la primera Presidenta en la historia de México. Tiene frente a sí un reto enorme. Irónicamente, a pesar de ser un Gobierno popular apoyado masivamente en las urnas, las ultramayorías legislativas conseguidas en las elecciones de junio y la transformación del Poder Judicial han encendido las alarmas sobre una ultraconcentración del poder en el Ejecutivo, sin mayor oposición que su autocontención.

Hace no mucho tiempo, los gobiernos de todo el mundo se preocupaban por mostrarse como auténticamente democráticos y liberales. Un gobierno democrático era ser uno que respetaba derechos humanos, libertades individuales, tenía un Estado de derecho, garantías para la inversión y respeto por el libre comercio.

Hoy, esa apreciación parece que está perdiendo valor en un mundo que se llenó de populistas o autócratas. Muchos gobiernos en el mundo están cediendo sus gobiernos a hombres fuertes: Hungría con Viktor Orbán, Estados Unidos con Donald Trump, Brasil con Jair Bolsonaro, Colombia con Gustavo Petro, Argentina con Javier Milei, Turquía con Recep Tayyip Erdoğan, México con López Obrador, la India con Narendra Modi, Israel con Benjamín Netanyahu. Esto sin mencionar a Nicolás Maduro en Venezuela o a Vladimir Putin en Rusia.

Cada caso es distinto y tiene sus particularidades, pero me parece interesante que la Ciencia Política viene advirtiendo sobre las promesas incumplidas de la democracia y sobre las caídas de la democracia, sin tener un efecto particular en los electores y, mucho menos, en sus gobiernos. Vale la pena preguntarse si necesariamente las democracias liberales como las europeas o la estadounidense, son los regímenes que mejores resultados dan en países latinoamericanos, africanos o asiáticos. Preguntarse si esos tipos de democracias son un bien en sí mismo o es un medio eficiente para obtener sociedades más justas, más equitativas y menos violentas.

El impactante respaldo popular con el que cuenta Morena, López Obrador y Claudia Sheinbuam viene de su profunda comprensión de la realidad mexicana y su acertada lectura sobre la percepción de las y los mexicanos sobre sus gobiernos. No es gratuito que en Morena no hablen sobre el cuarto de máquinas del Estado mexicano y el andamiaje institucional construido por décadas para garantizar derechos, generar competencia económica o acceder a información gubernamental.

Prefieren hablar de la falta de resultados de los gobiernos de transición y culparlos de corruptos para proponer políticas de austeridad y honestidad que les permiten ampliar los apoyos sociales y las transferencias directas no condicionadas a la población, mientras concentran el poder del Estado en el Ejecutivo. Esta narrativa construida entre verdades, verdades a medias y ficciones ha sido suficiente para que Morena y Claudia Sheinbaum tengan el poder del Estado en sus manos.

Dado lo anterior, uno de los escenarios, el más anticipado por muchos académicos, es que México se convierta en una autocracia que restrinja en mayor o menor medida las libertades, se genere incertidumbre jurídica e incrementen las arbitrariedades del Estado contra los particulares indefensos. Por lo pronto, el Gobierno en turno tiene manga ancha para hacer y deshacer a su antojo, habrá que esperar el desarrollo del proceso electoral de 2027 para ver qué tan dispuesto está el nuevo Gobierno a responder a las urnas, una vez que el Estado ha renunciado a vigilarse a sí mismo.

Un día, el 19 de febrero de 2021, me escribiste para felicitarme por una columna que escribí y se publicó en La Razón. Nos hemos acompañado 1,309 días desde entonces, los más felices de mi vida. Hoy, 21 de septiembre de 2024, nos casamos. Te escribo desde acá emocionado por ya vernos. Te amo, bonita.

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