Pedro Sánchez Rodríguez

Transexenal

CARTAS POLÍTICAS

Pedro Sánchez Rodríguez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Pedro Sánchez Rodríguez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En la joven democracia mexicana, hay algunos actores clave y fenómenos políticos y sociales que se han mantenido por más de 22 años. La pobreza, la corrupción y la injusticia persisten. Con ellas, también perdura, como actor clave el entonces candidato y ahora Presidente López Obrador. Igual sobrevive, más viva que nunca, la violencia. Subsisten el narcotráfico y el crimen organizado y, por lo tanto, como uno de los actores con mayor presencia en nuestros días: el Ejército en las calles y en las instituciones.

Años antes de la llegada de la democracia a México, la figura metaconstitucional, hiperpresidencial y plenipotenciaria del Ejecutivo mexicano se fue desgastando hasta convertirse en un poder más. En los años del panismo y el neopriato, la figura del Presidente sin duda era la más poderosa dentro de la escena política mexicana, pero no se acercaba ni de lejos a las monarquías sexenales del PRI de antaño.

En lo que va del sexenio de López Obrador, muchos se han cuestionado si estamos ante la restauración de aquellos años en donde el Presidente era líder del partido en el Gobierno y, por lo tanto, jefe no sólo de su gabinete, sino también del Congreso, de los gobiernos estatales y sus congresos locales. Es cierto que el poder de Morena y su capacidad para ganar elecciones y extender su presencia a lo largo y ancho del país, se basa en la legitimidad popular de su principal líder, López Obrador. Sin embargo, dicha legitimidad, no necesariamente resulta en una lealtad irrestricta al Presidente. El pueblo adora a Andrés Manuel y por eso confía en los funcionarios y los candidatos de su partido, pero no por eso ellos también adoran al pueblo, como lo hace el Presidente.

Ésta no es una alabanza al Presidente, sino un argumento para decir que si bien es popular, su figura no es metaconstitucional ni hiperpresidencial. Tiene mucho poder, pero tiene límites institucionales, mediáticos, económicos, internacionales y políticos. Tiene límites físicos, no sólo por las enfermedades que le pudieran aquejar. Si el Presidente no puede reelegirse, no sólo es por su respeto a las instituciones y la sagrada institución del sexenio aún venerada, sino por distintas limitantes. El problema es que mientras la figura del Ejecutivo ha incrementado su popularidad, pero no su fuerza institucional, sí hay una institución que se está acercando cada vez más a territorios de metaconstitucionalidad y pluripotencialidad. Y esa sería la de las Fuerzas Armadas.

Es una advertencia muy escuchada en los últimos días. Hoy, el Ejército se encarga de la defensa nacional, pero también de la seguridad pública, de controlar puertos, aeropuertos, aduanas, de administrar la construcción de los proyectos específicos del sexenio. El poder que han acumulado las Fuerzas Armadas en las últimas dos décadas es riesgoso por los recursos y el financiamiento que acumulan, por las actividades estratégicas y prioritarias que desempeñan, y por la potencia física y armada que naturalmente poseen. Su poder les alcanza no sólo para desempeñar estas tareas sino para presionar su agenda en múltiples foros y en los congresos.

El Presidente tiene un límite temporal para ocupar el cargo: su sexenio. Los secretarios cambian cuando renuncian o cuando el Presidente dispone de su cargo. Sin embargo, vale preguntarse si la fortaleza de ciertas secretarías durante el presente sexenio, les daría para subsistir con esas funciones durante el siguiente gobierno.